miércoles, 29 de septiembre de 2010

La primera vez que me mudé hubo una huelga general de cuidado. Yo tenía doce años y este país era pura grisura y mis padres tuvieron la casa metida en dos camiones durante tres días y los hijos repartidos por casas de amigos, no parientes, porque en aquella ciudad no tenían parentela.

38 años después he cruzado un país luminoso, con una luna clavada en el cielo de Aragón a las once de la mañana. He viajado bajo escombros de alto voltaje, millares de toneladas de metal en forma de cables de alta tensión. Sólo crepitan en el desierto del sur que me espera, donde pasan demasiado cerca del suelo.

“Los sindicatos, obligados a convocar el paro para no perder la cara”, leo en la prensa (un artículo de M. A. Aguilar) el día en que viajo, víspera de huelga, tal vez del gozo. “Perder la cara” es una expresión que no está acuñada en lengua española. Es un flagrante anglicismo. A alguien debería caérsele la cara de vergüenza, y no será a los sindicatos.

En algún rincón de la memoria canta Paul Simon: “I’m on my way, I don’t know where I’m going. I’m taking my time but I don’t know where. Goodbye to Rosie, the queen of Corona.” 

He pasado por los topónimos, no por la física del espacio: Bueña, río Pancrudo, Nombrevilla (donde hay uno de los varios centros penitenciarios que me encuentro por el camino, una ruta turística de la miseria humana entre cuatro paredes), Venta del Cuerno. Me he cruzado con un camión de Morte Hnos. y con otro, en Fuente La Higuera, con el lema “Samuel y Javier” en el frente. Iba a oyendo a Dylan (“Well the future for me is already / I think of the past / You were my first love / And you will be my last”). En este blog habrá tiempo para tratar sobre la mecánica de la rima en Dylan, sobre la dudosa traducción de Ausiàs March que estoy leyendo (es de Gimferrer), sobre los matices del café con aceitunas, sobre los paseos por el desierto y la luz del desierto y todos los colores. Y sobre todo lo que suceda en el desierto, pero no en el desierto. Sobre cosas que tienen que ver con las lenguas, incluidas las de quienes difícilmente entiendo cuando hablan la mía y pronuncian nombres de peces que yo no he visto. Sobre los nombres de las emociones.

Tiempo habrá para más cosas. De diario, de entretiempo. Las botellas, al mar. Tiempo también para bajar una escalera.

Como su propio nombre indica, este blog se actualiza en días impares, y no todos. Los impares en inglés son odds: desparejados, raros, sueltos. Los pares son evens: iguales. Aunque sean uniformes, los días que vengan tan lejos de todo serán días impares. Desparejados. Odds and ends: retales, fragmentos que no hallan sitio en un conjunto mayor, sino en un disjunto heteróclito.
Si el título no lo hubiera utilizado el indeseable de Naipaul, el de esta entrada podría ser “El enigma de la llegada”. Pero lo enigmático está por venir.

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