martes, 5 de abril de 2011

Incommunicado

Graves e imprevistas complicaciones tecnológicas me desgajan de pronto del mundo sin posibilidad de retornar al ¿perimundo? por vías internéticas. Tan repentina como fue su aparición ha sido su desaparición, de la que además me enorgullezco, por haber sido yo solito quien ha resuelto semejante «Communication breakdown», que diría Led Zeppelin, y de hecho decía en mi más tierna juventud.
Entretanto, me ha dado tiempo a vivir una ancestral costumbre almeriense, «la Vieja». En pleno ecuador de la Cuaresma, el vigésimo día de la misma, almuerzo campestre ―saltándose la vigilia y abstinencia―, celebración, quema de lo antiguo e indeseado en forma atávica y bárbara: se lleva un muñeco de papeles de colores y esqueleto de madera y al término de la comilona ―en la belleza desolada de Sierra Cabrera, que a pesar de todo está más verde que nunca― se apedrea sin piedad al muñeco, acto que simboliza el destrozo de aquello que uno preferiría perder de vista. A fuer de ser justo debo decir que yo no acerté en ninguna de las cuatro o cinco pedradas que le tiré al muñeco, pero comí como nunca con muy buenos amigos, dos parejas y una niña. Los amigos en estos pagos empiezan a ser numerosos al tiempo que otras amistades antiguas se acaban por sí solas.
Mientras, me aburro de solemnidad con una de las peores novelas que me han tocado en la vida: presuntuosa, obvia, digresiva, rellena de filfa. Me consuela terminarla ya el fin de semana que viene. Lo curioso del caso es que cuando conocí al autor, el año pasado, comiendo en Madrid (él es africano, fue preso político en su país y es residente en Nueva York), me pareció una bellísima persona.
Y en vista de que la ausencia se ha prolongado más de lo que yo quisiera, y no porque quisiera yo, sino porque las máquinas tienen opiniones propias (lo cuenta de maravilla Salvador Peña en «El Trujamán» de hoy, http://cvc.cervantes.es/trujaman/) me resarciré y trataré de subsanar la faltada con mis fieles aportando dos entradas en vez de una. Sirva ésta, primaveral y motera, de preludio a la otra, que acaso sea la buena. De paso, he contratado un adesele y un fijo, para que no me pasen estas cosas. Cuando volvía a casa me acordé de que una vez publiqué un poema titulado «Hoy no llamará nadie».

No hay comentarios:

Publicar un comentario