martes, 28 de diciembre de 2010

Entrada doble, o de cómo salir y entrar por distintas puertas

(1)
Una de las últimas causas por las que nunca pude soñar que no podría dormir es que, orientado al norte en un buen hotel de mi ciudad natal ―en realidad, en medio de un centro comercial, que es donde hemos nacido todos, tampoco nos pongamos estupendos―, iba a cascar de esta manera la lluvia en el cristal, aunque parezca un homenaje al bárbaro murciano que hay en casa, que lo hay, y tiene un libro así titulado, en loor al de Michaux, claro, Un bárbaro en Asia, seguido de Ecuador, en dudosa traducción de Borges los dos. Pero vaya si azota la lluvia el cristal, vaya si son regulares los hoteles, y eso que he acertado (en éste me autosecuestro), y los centros comerciales son todos de medio pelo, idénticos, y la ciudad allá arriba, más lejana y sola que Córdoba, y ya es decir. Y yo sin saber si quiero subir o no. Y sabiendo que tengo que. Sin saber si quiero llegar o no venir. Si la carretera de Sintra, que diría Pessoa... Etc.
El libro de mi amigo será de los que conserve después de la quema que se avecina mañana bajo esta lluvia de trueno mojao ―¿he dicho mohawk? En tal caso, toma, hawk― y tambor continuo, mansa, copiosa. Pero no sé dónde lo conservaré. Seguramente donde está, que está bien, mientras se me permita seguir teniendo la biblioteca repartida que se va parcelando y se disgrega. Comme la vie même. En cambio, me volveré al sur con la poesía de Pessoa. Nunca se sabe.
Además, en todos los hoteles del mundo el calor es excesivo. Mañana me toca buceo en el polvo bajo la lluvia y criba de libros, con el frío bien puesto. Gran día. Mortecino. Serán dos días seguidos de acarreo, el segundo ya con nieve.
Para más inri, mi ex me pide que rastree un disco en el que sale fotografiado su padre, en el local comercial del que he de despejar de mi podredumbre en papel ―unos dos mil quninientos volúmenes caja por caja que me deslomaré embalando y bajando, caja a caja―, que además era suyo. De mi ex suegro, quiero decir. Resulta que sé dónde está (el disco: la memoria es fotográfica), y que creo que lo puedo localizar entre todos los trastos de mi ex familia política. A mí me tenía que tocar ese papel entre tanto papel mojado. Será prioritario, pero entre los casi mil kilómetros de hoy y la que se avecina ―and then, the rain―, sé de uno que va a acabar con lomos de caballa y el humor vinagrero.
Además, el viaje ha sido pródigo en revelaciones que no voy a revelar ahora, porque no debo. Me apetece todo tanto que me estoy muriendo de ganas. De probar los miguelitos de la Roda, que sólo probé el día en que Iniesta ¡zaca! a Holanda, y en la prórroga, como debe ser, y la lecha frita de mi ex suegra, el cordero pascual y la madre que lo fundó. Pero una madre es una madre es una madre es una madre, que diría Gertrude Stein de una rosa y mi amigo Igu de una glosa. Y si una madre dice ven, pues no hay más que hablar, aunque poco antes dijera no vengas. Y los miguelitos se los regalo a mi ex, aunque ella no me dirá si le gustaron a ella o a alguno de los suyos.
Al menos llego con Dylan: primero, Thunder on the Mountain; luego, Spirit on the Water:

Spirit on the water
Darkness on the face of the deep
I keep thinking about you baby
I can’t hardly sleep

Llueve con ansia. Esto debe de ser Pamplomo. He cambiado en un día bastantes grados de latitud. Y he perdido la costumbre: en los últimos tres meses dedos de una mano me sobran para contar las gotas que me han caído encima. Y esto es diluvial y furibundo y fatigoso.
Así que no pensaba, pero me empastillo, que remedio, si a la fuerza. ¿Tengo pastillas en mi proverbial desorden? Alguna. Dijo Joe Jackson (jota las dos, por favor) que volver a casa, a la ciudad natal, nunca sería igual (que antes). Dijo Dylan que se puede volver, pero no desandar todo el camino. Corroboro ambas, y órdago a la mayor.
Y ahora, a ver si el ruido del agua que hace como que lame el cristal cuando lo azota y los fármacos de turno hacen su trabajo, porque, si no, con las horas de sueño que llevamos este menda y yo de un tiempo a esta parte, me van a encontrar hecho un rastrojo. Y mojao. Y no en Mojácar, que es donde debería estar sin ir más lejos. In my home town.


(2)
Acabo de llegar a mi casita en el sur y me corroe una duda: no sé si he vuelto o si me he vuelto a marchar. Pero es que ha sido un viaje con un inmenso malentendido, un descomunal contrasentido, un desencuentro mundial y una contradicción que ya quisiera Nietzsche. A lo mejor algún día lo aclaro. Al menos un poco.
Por todo el camino he ido acordándome de algo que me dijo mi amiga Esther. (Esther Morillas, ojo: la otra Esther, Benítez, que fue mi madre ―yo he tenido la suerte de tener dos, la que me trajo al mundo y la que me alumbró en la profesión y me dejó huérfano a deshora―, sólo me decía cosas como ésta: «Miguelito, que a ti los dedos se te vuelven huéspedes…». Y veloz consulta al refranero.) Que los amigos te quieran es indescriptible, pero si encima son tan listos como Esther, entonces cohetes.
Me dijo Esther que estaba haciendo leche frita y acordándose de mí y de mi (ex) suegra. Y entonces se dio el caso de que (a) la leche frita se le pegó a la sartén (supongo: no sé cómo se hace la leche frita), y (b) la leche frita se le hizo grumos. Como no apuró el «socarrat» y usó la varilla eléctrica, al final no le quedó mal del todo, pero ya no iba a ser lo mismo. Aunque seguro que le salió una leche frita que valdría la pena probar. Y me preguntaba acto seguido Esther: ¿tú crees que las suegras echan maldiciones como la momia de Tutankamon?
Yo no creo nada. Por todo el camino iba pensando en el verbo «belong», que no tiene nada que ver con la locución «be long». I won’t be long: no tardo nada. Belong: pertenecer, ser de algo, formar parte de, estar en donde a uno le corresponde.
Hay dos canciones de los Beatles (joder con la memoria) en las que aparece el verbo: en el estribillo de «Come Back» (to where you once belonged) y en «Eleanor Rigby»: «Look at all the lonely people / Where do they all belong?». Hay un tema de Iggy Pop que se titula así, «To Belong». Y aún hay otro de Rickie Lee Jones que dice "We Belong Together".
Por el camino oigo a Dylan, claro, aunque no mucho. Y a ciento veinte por hora, ya en Puerto Lumbreras, encuentro traducción para los dos últimos versos de «Mississippi», en hepta- y endecasílabos:

Well, the emptiness is endless, cold as the clay
You can always come back, but you can’t come back all the way

Vaya, pues el vacío es infinito,
y frío como el lodo,
siempre podrás volver,
sólo que nunca volverás del todo.

Esther también me decía que a las fiestas hay que ir vestida de fiesta, y no de trapillo. O sea, que a una Nochebuena hay que ir con espíritu nochebuenesco. No sé si he cumplido, pero lo he intentado, y al que hace lo que puede no se le puede pedir más. Es, también lo decía Esther, como ir a un entierro. Puede parecer absurdo (o a lo menos paradójico) ir a entierros de personas que en vida no nos molestamos en ver, pero que nos da pena que se mueran. Como la vida misma.

2 comentarios:

  1. Bien ido y bien venido! Que tengas y tengamos un buen año. Why not?

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  2. Eso digo yo: que el 11 sea de 11 sobre 10, que el 10 ha sido de 4,5.

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