viernes, 31 de diciembre de 2010

Stuff Dreams Are Made On

El 22 de diciembre de 1989, tras una plácida e indolora senectud, con un solo brote psicótico muy al final, en la residencia parisina de Tiers-Temps, en la que se encontraba asilado por voluntad propia desde que meses antes falleciera su esposa, murió Samuel Beckett. El mundo no se enteró, por expreso deseo suyo, hasta el 26, día de san Esteban. Triste regalo de fin de año para un año en que vimos alegres el fin de la Guerra Fría (yo en concreto durante un concierto de Miles Davis en el Palacio de los Deportes de Madrid, al final del cual se anunció por megafonía que había caído el Muro. Era el 9 de noviembre). A aquel anciano llamado Samuel Beckett le desconcertó mucho que cambiasen las tornas de ese modo, y se alegró en el fondo de su corazón perplejo.
Veintiún años y una semana después, exactamente, hemos terminado a día de hoy Jose Francisco Fernández y yo el primer «monstruo» de la primera y monstruosa novela de Beckett, Sueño con mujeres que ni fu ni fa, que se publicó póstumamente en 1992 y que hasta hoy sólo existe en japonés, holandés y alemán (además del inglés original, que Beckett permitió que se publicara cuando a él ya no le importase). Ha sido en su casa, donde empezamos, no en la mía. Gozoso momento para un triste fin de año, corazón contento por parte de los dos.
Empezada la traducción allá por julio, cuando el Mundial ―Jose en realidad llevaba años preparándola, aunque él no lo supiera, y el encuentro de ambos ha sido más feliz que una coincidencia, sin serlo―, ahora nos quedan por delante dos o tres meses de engorrosísima revisión ―con lupa, microscopio, bisturí y escalpelo―, que acometeremos sin embargo con el corazón ligero («my heart is not weary / it’s light and it’s free / I got nothing but affection / for those who sailed with me», dice Dylan, sí, en Mississippi) y los pies de plomo. Ha sido una labor conjunta sumamente grata más por lo conjunto que por el libro en sí, que es realmente de trago áspero, difícil. Ahora nos toca revisar unas semanas por separado. De estar en alguna parte, además de estar en su obra, Beckett debe de estar partiéndose el pecho de la risa: vaya par de chalados que me ha tocado para este libro bastardo en castellano, estará diciéndose, y más si piensa que esos dos mismos chalados son los que a renglón seguido harán en castellano un relato suyo inédito de momento incluso en inglés, «Echo’s Bones» (título idéntico a su libro de poemas, con el que no tiene nada que ver), del que existen en España sólo cuatro copias mecanoscritas: la de Jose, la mía y la de los dos Carlos.
Ahora mismo salen como churros de mi impresora los folios de la primera copia impresa, en la que trabajaremos por separado, sobre el papel, para luego poner en común cualquier enmienda, observación, reparo, alternativa, mejora o derrota, y colarlas. Revisión: vigilia. No sé yo si a los sueños de aquel jovencísimo Beckett ―veintipocos tenía cuando escribió Sueño, imitando y mejorando al Joyce más finnegansiano de todos, aunque ya dice Banville que entre Beckett y Joyce le den a todo Beckett y se dejen de milongas― les va a convenir un exceso de celo consciente, pero no les va a quedar más remedio, porque las concordancias y la coherencia y la tensión que exige el texto son máximas, y en eso no podemos flaquear. Pero es que en la flaqueza tenemos fuerza, y eso que, por qué no confesarlo, me arredra un poco o un mucho me encoge el corazón ver esos 273 folios que van saliendo de la máquina de imprimir ―a la tarde sin falta le hago una copia a Jose, para que la tenga calentita cuando vuelva de su fin de año familiar en Almería capital―, al mismo tiempo que me produce una incredulidad notable que hayamos hecho lo que hemos hecho, dar ese primer paso hacia la traducción del primer Beckett, el libro de cuando Beckett no era Beckett, aunque ya anunciaba o insinuaba todo lo que iba a ser, como dijo él mismo en la Carta alemana, el 9 de julio de 1937. Y ver, en algunos trozos que ahora ojeo al azar, que lo hemos clavado (lo mismo que hay otros que requieren todavía mucho tajo, bastante segura, etc.). Porque somos de la estofa de la que están hechos los sueños (La tempestad, iv, 1), y nuestra vidilla se remata con una siesta. En la traducción de Pujante, que es la buena, «... igual que se ha esfumado mi etérea función / no quedará ni polvo. Somos de la misma / sustancia que los sueños, y nuestra breve vida / culmina en un dormir. Estoy turbado. / Disculpa mi flaqueza». (Es que en este viaje Shakespeare-Pujante ha encontrado acomodo y se ha venido conmigo al sur.)
La clave ha estado y está en la conexión sincrónica y plena de dos cerebros beckettizados cada cual a su manera, uno desde la filología escrupulosa y certera y el conocimiento hondo, otro desde la experiencia traductiva y el oficio. Jose suele decir que de no haber sido nosotros nadie habría hecho esto. Con la boca chica tiendo a reconocer que dice verdad. Hay que estar muy majara para hacer lo que estamos haciendo, para coronar este 31 de diciembre este Tourmalet de la traducción a base de comer más que nada acelgas para beckettarianos. Pero mediado el año 11, Dios menguante, habrá tres Becketts en el mercado para que los degusten quienes quieran: Sueño con mujeres que ni fu ni fa en Tusquets, Los huesos de Eco en La uña rota y Beckett, el último modernista, la biografía que le hizo Anthony Cronin en el 96, en La otra orilla. Creo que es para felicitarnos el 11, que con suerte vendrá de 11 sobre 10, no como el 10, que ha sido de aprobadillo rascao.

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