viernes, 31 de diciembre de 2010

Stuff Dreams Are Made On

El 22 de diciembre de 1989, tras una plácida e indolora senectud, con un solo brote psicótico muy al final, en la residencia parisina de Tiers-Temps, en la que se encontraba asilado por voluntad propia desde que meses antes falleciera su esposa, murió Samuel Beckett. El mundo no se enteró, por expreso deseo suyo, hasta el 26, día de san Esteban. Triste regalo de fin de año para un año en que vimos alegres el fin de la Guerra Fría (yo en concreto durante un concierto de Miles Davis en el Palacio de los Deportes de Madrid, al final del cual se anunció por megafonía que había caído el Muro. Era el 9 de noviembre). A aquel anciano llamado Samuel Beckett le desconcertó mucho que cambiasen las tornas de ese modo, y se alegró en el fondo de su corazón perplejo.
Veintiún años y una semana después, exactamente, hemos terminado a día de hoy Jose Francisco Fernández y yo el primer «monstruo» de la primera y monstruosa novela de Beckett, Sueño con mujeres que ni fu ni fa, que se publicó póstumamente en 1992 y que hasta hoy sólo existe en japonés, holandés y alemán (además del inglés original, que Beckett permitió que se publicara cuando a él ya no le importase). Ha sido en su casa, donde empezamos, no en la mía. Gozoso momento para un triste fin de año, corazón contento por parte de los dos.
Empezada la traducción allá por julio, cuando el Mundial ―Jose en realidad llevaba años preparándola, aunque él no lo supiera, y el encuentro de ambos ha sido más feliz que una coincidencia, sin serlo―, ahora nos quedan por delante dos o tres meses de engorrosísima revisión ―con lupa, microscopio, bisturí y escalpelo―, que acometeremos sin embargo con el corazón ligero («my heart is not weary / it’s light and it’s free / I got nothing but affection / for those who sailed with me», dice Dylan, sí, en Mississippi) y los pies de plomo. Ha sido una labor conjunta sumamente grata más por lo conjunto que por el libro en sí, que es realmente de trago áspero, difícil. Ahora nos toca revisar unas semanas por separado. De estar en alguna parte, además de estar en su obra, Beckett debe de estar partiéndose el pecho de la risa: vaya par de chalados que me ha tocado para este libro bastardo en castellano, estará diciéndose, y más si piensa que esos dos mismos chalados son los que a renglón seguido harán en castellano un relato suyo inédito de momento incluso en inglés, «Echo’s Bones» (título idéntico a su libro de poemas, con el que no tiene nada que ver), del que existen en España sólo cuatro copias mecanoscritas: la de Jose, la mía y la de los dos Carlos.
Ahora mismo salen como churros de mi impresora los folios de la primera copia impresa, en la que trabajaremos por separado, sobre el papel, para luego poner en común cualquier enmienda, observación, reparo, alternativa, mejora o derrota, y colarlas. Revisión: vigilia. No sé yo si a los sueños de aquel jovencísimo Beckett ―veintipocos tenía cuando escribió Sueño, imitando y mejorando al Joyce más finnegansiano de todos, aunque ya dice Banville que entre Beckett y Joyce le den a todo Beckett y se dejen de milongas― les va a convenir un exceso de celo consciente, pero no les va a quedar más remedio, porque las concordancias y la coherencia y la tensión que exige el texto son máximas, y en eso no podemos flaquear. Pero es que en la flaqueza tenemos fuerza, y eso que, por qué no confesarlo, me arredra un poco o un mucho me encoge el corazón ver esos 273 folios que van saliendo de la máquina de imprimir ―a la tarde sin falta le hago una copia a Jose, para que la tenga calentita cuando vuelva de su fin de año familiar en Almería capital―, al mismo tiempo que me produce una incredulidad notable que hayamos hecho lo que hemos hecho, dar ese primer paso hacia la traducción del primer Beckett, el libro de cuando Beckett no era Beckett, aunque ya anunciaba o insinuaba todo lo que iba a ser, como dijo él mismo en la Carta alemana, el 9 de julio de 1937. Y ver, en algunos trozos que ahora ojeo al azar, que lo hemos clavado (lo mismo que hay otros que requieren todavía mucho tajo, bastante segura, etc.). Porque somos de la estofa de la que están hechos los sueños (La tempestad, iv, 1), y nuestra vidilla se remata con una siesta. En la traducción de Pujante, que es la buena, «... igual que se ha esfumado mi etérea función / no quedará ni polvo. Somos de la misma / sustancia que los sueños, y nuestra breve vida / culmina en un dormir. Estoy turbado. / Disculpa mi flaqueza». (Es que en este viaje Shakespeare-Pujante ha encontrado acomodo y se ha venido conmigo al sur.)
La clave ha estado y está en la conexión sincrónica y plena de dos cerebros beckettizados cada cual a su manera, uno desde la filología escrupulosa y certera y el conocimiento hondo, otro desde la experiencia traductiva y el oficio. Jose suele decir que de no haber sido nosotros nadie habría hecho esto. Con la boca chica tiendo a reconocer que dice verdad. Hay que estar muy majara para hacer lo que estamos haciendo, para coronar este 31 de diciembre este Tourmalet de la traducción a base de comer más que nada acelgas para beckettarianos. Pero mediado el año 11, Dios menguante, habrá tres Becketts en el mercado para que los degusten quienes quieran: Sueño con mujeres que ni fu ni fa en Tusquets, Los huesos de Eco en La uña rota y Beckett, el último modernista, la biografía que le hizo Anthony Cronin en el 96, en La otra orilla. Creo que es para felicitarnos el 11, que con suerte vendrá de 11 sobre 10, no como el 10, que ha sido de aprobadillo rascao.

martes, 28 de diciembre de 2010

Entrada doble, o de cómo salir y entrar por distintas puertas

(1)
Una de las últimas causas por las que nunca pude soñar que no podría dormir es que, orientado al norte en un buen hotel de mi ciudad natal ―en realidad, en medio de un centro comercial, que es donde hemos nacido todos, tampoco nos pongamos estupendos―, iba a cascar de esta manera la lluvia en el cristal, aunque parezca un homenaje al bárbaro murciano que hay en casa, que lo hay, y tiene un libro así titulado, en loor al de Michaux, claro, Un bárbaro en Asia, seguido de Ecuador, en dudosa traducción de Borges los dos. Pero vaya si azota la lluvia el cristal, vaya si son regulares los hoteles, y eso que he acertado (en éste me autosecuestro), y los centros comerciales son todos de medio pelo, idénticos, y la ciudad allá arriba, más lejana y sola que Córdoba, y ya es decir. Y yo sin saber si quiero subir o no. Y sabiendo que tengo que. Sin saber si quiero llegar o no venir. Si la carretera de Sintra, que diría Pessoa... Etc.
El libro de mi amigo será de los que conserve después de la quema que se avecina mañana bajo esta lluvia de trueno mojao ―¿he dicho mohawk? En tal caso, toma, hawk― y tambor continuo, mansa, copiosa. Pero no sé dónde lo conservaré. Seguramente donde está, que está bien, mientras se me permita seguir teniendo la biblioteca repartida que se va parcelando y se disgrega. Comme la vie même. En cambio, me volveré al sur con la poesía de Pessoa. Nunca se sabe.
Además, en todos los hoteles del mundo el calor es excesivo. Mañana me toca buceo en el polvo bajo la lluvia y criba de libros, con el frío bien puesto. Gran día. Mortecino. Serán dos días seguidos de acarreo, el segundo ya con nieve.
Para más inri, mi ex me pide que rastree un disco en el que sale fotografiado su padre, en el local comercial del que he de despejar de mi podredumbre en papel ―unos dos mil quninientos volúmenes caja por caja que me deslomaré embalando y bajando, caja a caja―, que además era suyo. De mi ex suegro, quiero decir. Resulta que sé dónde está (el disco: la memoria es fotográfica), y que creo que lo puedo localizar entre todos los trastos de mi ex familia política. A mí me tenía que tocar ese papel entre tanto papel mojado. Será prioritario, pero entre los casi mil kilómetros de hoy y la que se avecina ―and then, the rain―, sé de uno que va a acabar con lomos de caballa y el humor vinagrero.
Además, el viaje ha sido pródigo en revelaciones que no voy a revelar ahora, porque no debo. Me apetece todo tanto que me estoy muriendo de ganas. De probar los miguelitos de la Roda, que sólo probé el día en que Iniesta ¡zaca! a Holanda, y en la prórroga, como debe ser, y la lecha frita de mi ex suegra, el cordero pascual y la madre que lo fundó. Pero una madre es una madre es una madre es una madre, que diría Gertrude Stein de una rosa y mi amigo Igu de una glosa. Y si una madre dice ven, pues no hay más que hablar, aunque poco antes dijera no vengas. Y los miguelitos se los regalo a mi ex, aunque ella no me dirá si le gustaron a ella o a alguno de los suyos.
Al menos llego con Dylan: primero, Thunder on the Mountain; luego, Spirit on the Water:

Spirit on the water
Darkness on the face of the deep
I keep thinking about you baby
I can’t hardly sleep

Llueve con ansia. Esto debe de ser Pamplomo. He cambiado en un día bastantes grados de latitud. Y he perdido la costumbre: en los últimos tres meses dedos de una mano me sobran para contar las gotas que me han caído encima. Y esto es diluvial y furibundo y fatigoso.
Así que no pensaba, pero me empastillo, que remedio, si a la fuerza. ¿Tengo pastillas en mi proverbial desorden? Alguna. Dijo Joe Jackson (jota las dos, por favor) que volver a casa, a la ciudad natal, nunca sería igual (que antes). Dijo Dylan que se puede volver, pero no desandar todo el camino. Corroboro ambas, y órdago a la mayor.
Y ahora, a ver si el ruido del agua que hace como que lame el cristal cuando lo azota y los fármacos de turno hacen su trabajo, porque, si no, con las horas de sueño que llevamos este menda y yo de un tiempo a esta parte, me van a encontrar hecho un rastrojo. Y mojao. Y no en Mojácar, que es donde debería estar sin ir más lejos. In my home town.


(2)
Acabo de llegar a mi casita en el sur y me corroe una duda: no sé si he vuelto o si me he vuelto a marchar. Pero es que ha sido un viaje con un inmenso malentendido, un descomunal contrasentido, un desencuentro mundial y una contradicción que ya quisiera Nietzsche. A lo mejor algún día lo aclaro. Al menos un poco.
Por todo el camino he ido acordándome de algo que me dijo mi amiga Esther. (Esther Morillas, ojo: la otra Esther, Benítez, que fue mi madre ―yo he tenido la suerte de tener dos, la que me trajo al mundo y la que me alumbró en la profesión y me dejó huérfano a deshora―, sólo me decía cosas como ésta: «Miguelito, que a ti los dedos se te vuelven huéspedes…». Y veloz consulta al refranero.) Que los amigos te quieran es indescriptible, pero si encima son tan listos como Esther, entonces cohetes.
Me dijo Esther que estaba haciendo leche frita y acordándose de mí y de mi (ex) suegra. Y entonces se dio el caso de que (a) la leche frita se le pegó a la sartén (supongo: no sé cómo se hace la leche frita), y (b) la leche frita se le hizo grumos. Como no apuró el «socarrat» y usó la varilla eléctrica, al final no le quedó mal del todo, pero ya no iba a ser lo mismo. Aunque seguro que le salió una leche frita que valdría la pena probar. Y me preguntaba acto seguido Esther: ¿tú crees que las suegras echan maldiciones como la momia de Tutankamon?
Yo no creo nada. Por todo el camino iba pensando en el verbo «belong», que no tiene nada que ver con la locución «be long». I won’t be long: no tardo nada. Belong: pertenecer, ser de algo, formar parte de, estar en donde a uno le corresponde.
Hay dos canciones de los Beatles (joder con la memoria) en las que aparece el verbo: en el estribillo de «Come Back» (to where you once belonged) y en «Eleanor Rigby»: «Look at all the lonely people / Where do they all belong?». Hay un tema de Iggy Pop que se titula así, «To Belong». Y aún hay otro de Rickie Lee Jones que dice "We Belong Together".
Por el camino oigo a Dylan, claro, aunque no mucho. Y a ciento veinte por hora, ya en Puerto Lumbreras, encuentro traducción para los dos últimos versos de «Mississippi», en hepta- y endecasílabos:

Well, the emptiness is endless, cold as the clay
You can always come back, but you can’t come back all the way

Vaya, pues el vacío es infinito,
y frío como el lodo,
siempre podrás volver,
sólo que nunca volverás del todo.

Esther también me decía que a las fiestas hay que ir vestida de fiesta, y no de trapillo. O sea, que a una Nochebuena hay que ir con espíritu nochebuenesco. No sé si he cumplido, pero lo he intentado, y al que hace lo que puede no se le puede pedir más. Es, también lo decía Esther, como ir a un entierro. Puede parecer absurdo (o a lo menos paradójico) ir a entierros de personas que en vida no nos molestamos en ver, pero que nos da pena que se mueran. Como la vida misma.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Because

Ahora que me enrosco con los audios en las orejas del i-Phone y paseo con mirada asesina y las chicas me miran mejor con mi bufanda cordobesa, verde y azul, aunque luego lo primero que digan es la palabra «marido», con el "mi" delante, chasco al canto, me acuerdo de cuando me tumbaba en un cuarto de la casa de mis padres, con los baffles pegados a las orejas, oyendo a Led Zeppelin (el doble directo,  The Song Remains the Same), Jethro Tull o la Allman Brothers Band (doble directo en el Fillmore East). El final de Cien años de soledad lo leí así, tumbado, con los baffles en las orejas, oyendo Thick As a Brick. Ahora por la playa oigo igual «The Sheltering Sky», de Discipline, King Crimson. Dudo que nadie me mire en el fondo mejor, pero miro mejor el barco inmenso. Dudo que con esta barba de caimán nadie me mire bien, cosa que me da lo mismo. Quiero ver, no que me vean.

Y no logro subir la foto del barco descomunal, que se llama Vega Taurus. Otro que viene con reparos es mi amigo Javi librero, que dice que lo impúdico de este blog le da pudor. Dice también que está de acuerdo con Roberto Valencia ―el crítico más listo que el hambre que hay en plantel― en que la novela del año es la de David Vann, que me guarda y me dará en mano en unos días. Roberto lo dijo antes que nadie. La vergüenza está en los ojos del que mira y en las orejas del que oye, igual que la belleza, aunque yo oiga «High Water», de Dylan, a todo pedo, y la cante a la vez con rabia por el paseo del mar, rabiando. (Beauty is in the eye of the beer-holder: Igu, el juego de palabras que te oí cuando íbamos en mi coche y vomitabas por la ventanilla sigue siendo impagable.) ¿Por qué no la canto con sosiego? Me sosiega en cambio una canción rabiosa, como «Sally Sue Brown».
 Ahora sí ha subido la imagen del Vega Taurus. Pero en las fotos del amanecer he descubierto otra cosa. Cuando se torna rosa el naranja del día en la franja baja del horizonte que nace en el mar es como ella. El azul de la noche que se retira arriba es como yo. Mezclan bien, se complementan según se desagregan.
La impudicia no es la patria de los herederos de Baudelaire, entre cuyas filas no paso de ser soldadito de plomo. Y milito, como Diego, que es el que resulta que le parte la pierna a su hermano Gabi. ¿O fue al revés? El que mira (beholder) es el que sostiene la cerveza (beer-holder), para los profanos. Y se la bebe, claro.
Me tomo media mañana libre, que me la he ganao. Me voy a Vera a cambiar el jerséi demasiado ceñido por otro que me haga menos gordo o embutido. El amanecer de hoy ―ya se lo dije a Jose― ha sido pa perder el seso. Literalmente increíble. O a lo mejor es que de tanto ver amaneceres se convierte el amanecer en mi prime-time televisivo. Eso que salgo ganando. Eso que galgo sangrando.
Vendrá lenta la tarde. Traerá otra lente la tarde. La guerra contra el humo pulmonar sigue su curso aunque sea tarde. «Death is Not the End», dice Dylan ahora a todo pedo en mi audio, y no oigo más. Pero en esto el genio de Minnesota no anduvo muy fino. (Por cierto: ¿por qué al meter un «uno no» no hay escritor español que no sepa hacer un hipérbaton para evitar la cacofonía del «no - no»? ¿Por qué un señor Premio Nacional flamante como Adam Kovacsis comete el error ―grave― de decir todavía que Beckett fue secretario de Joyce? ¿Por qué no se informa uno mejor? ¿Por qué algunos lo sabemos todo y otros no saben nada? ¿Por qué no sabemos nada unos y otros lo saben todo? ¿Por qué los otros juegan con ventaja, sepan o no? ¿Por qué llama mi hija ahora preguntando el porqué? ¿Por qué ha de haber un para qué en cada una de nuestras acciones? ¿Y si no hay para qué, por qué? Just because, aunque sea injusto y no haya porqué.)
Cierro el paréntesis. De finuras ahora no voy a hablar, bastante cubista voy, y eso en prosa sólo es por la prisa que apresa. Because a veces significa "porque sí",  sin más. Pero eso lo sabe bien mi hermano Juan. But...

domingo, 19 de diciembre de 2010

Ex


Estas tardes de domingo, de curro y fútbol, cada vez me encogen más el corazón. Vale, ya lo he oído, cocina: si corazón no tienes… Y es verdad que no tengo corazón, igual que esta tierra. Me quedo pues  descorazonado, capte el matiz quien sepa. Así que estas tardes de domingo pues me encogen el bazo o los cojones, que hígado no tengo, y me descoyuntan las vértebras. Llora el pequeñajo de los vecinos en el descansillo. Se acabó la lluvia que ha empañado el alma de estos dos días. Pero he hecho un descubrimiento. Lento como soy en todo, me acabo de enterar. No de todo, claro.
Me acuerdo de otras tardes de domingo de curro y fútbol en casa. Gran concepto, casa, excluido de mi vocabulario. Gran sustantivo que ya no dice nada. Ahora sería un cúmulo de adjetivos, pero no es el momento.
Vaya por delante que este blog sigue una máxima baudeleriana: se trata de mon coeur mis a nu, algún acento se me olvida y no lo pienso poner. Al que le desagrade, que le zurzan. A quien pida cautela, que pierda cuidado. Los riesgos están asumidos.
Y el Almería, que va siendo ―natural―, mi tercer equipo, la caga con el Getafe (2-3), tras haber ido ganando un buen rato. Es que es mucha la jeta la que tiene el Geta.
El ZGZ no vale un pimiento, pero los pimientos rojos de Osasuna no están para guindillas. Suena ―leo, quiero decir que leo, pero Leo Franco― antes de acabar, que los rojillos y los blanquiazules dan por bueno el reparto de puntos exiguo. Pero no eximio. Un 0-0 es lo peor.
He entendido de pronto algo que debiera saber desde hace mucho: lo que es el exilio, lo que es la expulsión, lo que es ser un ex. Es una decisión consensuada: me excluyo, te eximes, te exfumas, te extampo… (Basta de juegos: basta, todo es ex.)
En mi caso no median circunstancias políticas ―o sí: la familia funciona de manera micropolítica, como una micromonarquía republicana; no diré que se consensúe nada, porque todo está consensuado―. Ex hijo, ex padre, ex hermano. En eso me he convertido, por arte y gracia de dios (En esta frase hay un error que no pienso corregir: ¿tiene arte dios? No creo). Y de quienes tienen la ley en la mano: mi hermano, mi padre, mi madre, mis hijos, mi ex. No de mí, que de leyes, ¡uaca!
Pero en esta Almería que es mi México republicano particular, y el clima no es disímil, de pronto lo he entendido ahora que la lluvia escampa y vuelve el tiempo bueno. Los poderes que son ―poderes fácticos, vaya― no desean moscas que molesten. A las moscas se las espanta. ¿Se las expanta? Y si uno se tiene que ir, pues se va. (Ya, ya te oigo: si hay que ir se va, pero… ir paná es tontería. La que extoy, sin ese, bonito juego en inglés, a punto de cometer yo) Recoge velas uno a todo trapo y se larga. ¿A alguien le extraña? Te han expulsado ―hay un relato de Beckett titulado así, L’expulsé―, luego te largas. Te has hecho expulsar. Sin extrañezas. El ex dolor de la ex espalda es como el dolor de la espalda, pero en pasado. Ese sitio donde se hace todo de manera diferente. El ex fumador ―en trámite, todavía no del todo― es el fumador que no fuma. El recuerdo es lo que queda. Todos los ayeres. Y quedan los mañanas, ya lo decíamos ayer, con Luis de León, excarcelado.
He soñado que le partía la tibia y el peroné a mi hermano en una entrada criminal. Yo no sabía que era mi hermano el de la camiseta negra que llevaba el 7 a la espalda. No nos jugábamos nada, un balón dividido, el pescado estaba todo vendido, minutos basura, el empate nos valía a todos. La entrada era de roja directa ―era una entrada sonrojante― y era de muchos partidos de suspensión. De todos los partidos. O acaso lo sabía, sabía que era él. O no, en el sueño no lo sé. Pero le partí la pierna entera. (Para los Galeanos y los Sorianos y los Valdanos y los Cruces y los Suárez, buen argumento para cuento futbolero.)
Llora el peque de los vecinos en el descansillo. Se llama Miguel.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Cerrado, no por vacaciones


Son las doce de la noche y me fumo el quinto del día, y llevo de pie desde las seis. Nunca he tenido menos ganas que ahora de irme a la cama o de quedarme trabajando un rato más. En realidad, ni siquiera tengo ganas de fumar, es un gesto adquirido, un reflejo. Lo suyo sería darse una vuelta, pero… Me he dado seis. Tampoco he tenido nunca menos ganas de viajar, ni de quedarme, es un espejo. Ni de ver llover, ni de que salga el sol. De apetecerme algo, sería leer a Proust. O a Beckett. (A mis clásicos hay que darles un respiro, que, si no, ahora toca Garcilaso, y entonces me muero de pena, y de pena ya voy muerto, y sin embargo redivivo.) Pero estoy cansado, con dolor de dorsales, con el mal humor del abstinente.
(Mañana amanecerá impecable y puntual, ahora que los días se acortan.)
Vacaciones, el traductor autónomo no tiene. Así que cerramos el chiringo por causas. ¿De fuerza mayor? Por causas, punto. No ajenas, ojo. Si podía quedarme donde estoy sin que pasara nada… ¿paqué me voy a que nada pase?
Además, cambio de oficio en unos días y me convierto en transportista Zatopek (Jose Andrés Rojo, querido: no es Zapotek, gran post en tu blog, y el de Kertesz más), me convierto en trasladador sin ladrar de mí mismo, y de mi hija, y de una amiga suya, para pasar los festivos más raros del mundo mundial: voy a pasar las festividades de la compañía bien solo, cerca de la compañía, cuando podía estar acompañado, lejos. Voy a desembalar mi biblioteca.
Casi mil kilómetros para encerrarme en el polvo de mi biblioteca sumergida, de la que hay que disponer, y en un hotel de la periferia de mi ciudad natal. No está mal. Para ser raro, claro.
Disponer quiere decir, no sé si es eufemismo, liquidar. Resulta que hoy no es ayer. Y ayer no es hoy ni de lejos.
Se me va la mano a la caja de tabaco y la mano se para sola. Paqué voy a fumar, si puedo correr pasado mañana como Emil Zatopek. (Jose decía el otro día que sin tabaco me fluyen mejor las ideas traduciendo Sueño. Pero Jose es demasiado caritativo, y me perdona los cabreos. Y traduciendo Sueño mis ritmos de fumador han llegado a cotas de las que más vale que nadie sepa nada, porque andaba con tres manos: dos en el teclado y el ratón, y otra fumando, en una de mis dos bocas, mientras con la otra reñía con Jose, y media docena de pantallas abiertas, más el original, y el diálogo con él. Pero ha sido una bella empresa, como lo es el dejar de fumar.)
Sueño el de anoche, premonitorio: me desvelo a las dos y a las cinco se confirma lo que decía el sueño. Son secretos entre mi hija y yo. Dan un poco de miedo estas cosas, soñar que una cosa pase y que en tan corto periodo pase de verdad.
Sólo espero que entre kilómetros y llegadas y ausencias y desalojos me dé tiempo a terminar la intro a los cuentos de la Dinesen. Ese miedo a entregar no se vencerá nunca. Entregar: deliver the goods. En realidad quiere decir «cumplir». Y a sentarme en una mesa el 27 con una ausencia señalada, impertérrito. Y no echar de menos nada. Vivir es despojarse. Y por los 5 roscos en Cornellà tendríamos los culés que pedir disculpas, y saber que la racha no durará.
Volveremos el año que viene, y el año que viene será ayer. Quiero desear todos los mañanas del mundo a quienes me leen, con el agradecimiento de todos los ahoras.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Los clásicos, escudos


A mi madre

Joder, anteanoche Quevedo ―pasando por Carlos Edmundo de Ory― y ahora me da el punto Luis de León. Aquí va sólo el final de «Virgen que el sol más pura», y en mi anticlericalismo cada vez mayor tiene cáscaras que me acuerde de estas cosas y de don Jesús Cañedo, que me las enseñó (también me acuerdo de Bataillon, de Henríquez Ureña, de Rico, que no me las enseñaron, pero me las contaron: me acuerdo de todo lo que hubiera sido si el humanismo hubiera triunfado sobre la cerrazón de la Iglesia):

Virgen, por quien vencida
llora su perdición la sierpe fiera,
su daño eterno, su burlado intento;
miran de la ribera
seguras muchas gentes mi caída,
el agua violenta, el flaco aliento:
los unos con contento,
los otros con espanto; el más piadoso
con lástima la inútil voz fatiga;
yo, puesto en ti el lloroso
rostro, cortando voy onda enemiga.

Virgen, del Padre Esposa,

dulce Madre del Hijo, templo santo
del inmortal Amor, del hombre escudo:
no veo sino espanto;
si miro la morada, es peligrosa;
si la salida, incierta; el favor mudo,
el enemigo crudo,
desnuda, la verdad, muy proveída
de armas y valedores la mentira.
La miserable vida,
sólo cuando me vuelvo a ti, respira.

Virgen, el dolor fiero

añuda ya la lengua, y no consiente
que publique la voz cuanto desea;
mas oye tú al doliente
ánimo, que contino a ti vocea.

Pero la Virgen María y yo no somos amigos (aquí, el poema entero se puede oír leído por Dámaso Alonso, nada menos, y suena bien, con voz límpida, sin empastar:
Enemigos tampoco somos la madre de dios y yo. Somos dos desconocidos que ni siquiera se han cruzado en el metro. Pero conozco bien a quien tiene hilo directo con Ella.
Y resulta que una de dos: o mi versión en papel es flaca o las que veo en Internet insuficientes, o, tres, ando corto yo de vista y flaco de tiento, porque no concuerdan. Hay dos versos que dicen «Siento el dolor, mas no veo la mano. / Ni puedo huir ni me es dado escudarme». Por ahí es por donde me acuerdo de fray Luis, injustamente encarcelado en Valladolid, junto con un tal Martínez, de raigambre tan hebrea como él. A la vuelta al aula le salió ese eterno «Decíamos ayer…»
Luego de los años de cárcel, algo más de cuatro, Luis de León publicó su traducción del Cantar de los cantares. Esto lo dejo en manos de los que saben, pero resulta que esa traducción es uno de los grandes clásicos de la lengua en que hablamos. Escrito en hebreo, resuelto en español del xvi. A ver si nos vamos enterando del status que, a veces, tiene la traducción. Y sí, a qué negarlo: creo que acabo de rezar. A mi manera., sin saber para qué. Será por el impacto que me ha causado oír ―ver― a Estrella Morente delante del féretro de su padre, cantándole

Granada, no tengas miedo 
de que el mundo sea tan grande, 
de que el mar sea tan inmenso. 
Tú eres la novia del aire.
La de la sombra de plata,
la del almendro, la que parece de nieve 
y por dentro es fuego.
Tú eres rosa del rocío, 
amor de los ruiseñores, 
lamento del agua oculta 
que canta en los surtidores.
Granada del alma mía, 
si tú quisieras contigo
me casaría esta primavera.

martes, 14 de diciembre de 2010

Tous nous sommes Franz


Anteayer me rompe el pecho derecho;
hoy va todo torcido, al revés;
intraducible, reseco, estrecho.
Con la tontuna que vas, vienes, ves.

Ganas de fumar sílabas me quitan;
las tres de su nombre llenan la cama.
Y ganas de otras cosas me marchitan
y despacio se me va la mañana.

Sale el sol, no luce el día, se mete.
Tuerce el verso, y quien quiera entiende
y que fume ceniza dios si puede.

Las aes sin ti son aves de paso,
el sol sin las dos no es más que rayajo,
y uno es tan sólo un escarabajo.

lunes, 13 de diciembre de 2010

La bufanda


La bufanda que siempre quise tener me la regaló ayer ―usada― un catedrático de derecho penal (de la Universidad de Córdoba, lejana y sola, igual que es Jaén un niño en el regazo de su madre, "envuelto en cendales de leche y bruma") que circula en moto grande y voluptuosa y es la generosidad grande en persona, sólo porque le dije: llevas la bufanda que siempre quise tener. Verde y azul. No la pierdo ni en Venecia ni en París, ni en Jaén, ni en Córdoba. Al mismo tiempo, me dan definitivamente con la puerta en la narices y coloco por gentileza de un amigo bibliotecario de Barañáin media biblioteca, la de no usar ya ―que tiene uso para otros, fijo como un móvil―, en la Biblioteca General de Navarra, plazuela de San Francisco, a la vuelta de la calle Nueva, aunque yo siempre llegaba por Mayor y Eslava, cuando estudiaba allí con la idiota de mi primera novia, que no fue la primera, y era idiota de remate. La primera fue, mucho después, mi mejor mujer. Y es lista como ella sola.
Vienen fechas señaladas. La puta Navidad es como la regla en la mujer. Viene. Y te la comes o no, pero viene siempre igual. Y te la comes. Como dice bien Carlos P., cuando toca, toca. Y hay que hacerlo, camarada. Lo noble es hacerlo y encima sin por qué y sin fumar. O acaso sea lo más innoble. Lo más sensato es callar.
El problema de espalda y las bombillas que se funden solas cuando enciendo el escáner y que no me acuerdo de comprar en el súper, si las hay, se acrecienta con esto del no fumar. He tirado el mechero al mar. Algún buzo fumador lo sacará del fango dentro de cien años. Y mi novia, mi mujer, la que me regaló el mechero que era infinitamente más que un mechero, seguramente buceará con él. Suenan como cada noche las trompetas de los ensayos de la puta Semana Santa. O sea: es Navidad.
Alan Munton, a principio de este año, me recordaba lo que es el mechero, una alianza de hierro tosco y humilde, como el anillo que exhibe no me acuerdo qué personaje de Shakespeare en Love's Labours Lost.
Bufanda, biblioteca, mujer, mechero, inquina, trabajo, afecto: hay cosas en esta vida que no tienen ni pies ni cabeza. Pasan cuando no deberían pasar. Mejor no entender. Mejor aceptar. Mejor aprender, que el día mejor se hace corto, y no es largo el hilo con que te atan. Los planes están para cambiarlos. A Enrique Morente se lo lleva por delante, en apariencia, un error ―humano― de un cirujano llamado Enrique Moreno. Lo bueno de ir a mi ciudad natal ―¿he dicho volver?, apud Joe Jackson― es que podré recoger Omega y volver a oírlo. Discazo. En mi memoria, Morente canta a Lorca con Lagartija Nick. Leo en prensa que la humildad que sólo tienen los genios era una cualidad que adornaba al cantaor granaíno. Los genios no son humildes. Son genios. Y a veces son humildes. Podré recoger Omega si puedo entrar en la casa del padre, claro.
He visto que las cajeras del súper me miran mejor con mi bufanda nueva. Mientras levanto las botellas de Vichy para ponerlas  en la cinta me da un tirón dorsal que no veas. Me muero de las ganas de fumar. (Me muero de la risa no es lo mismo que me muero de risa, nota para académicos.) Y pienso que si ahora, con mi bufanda nueva, entrase por Mayor desde la Taconera ―los Jardines, llamaba mi ex suegro al parque, ¿o decía el jardín y yo ya no me acuerdo, echándolo de menos?, y en ese parque estuvo más de una vez con mi hijo, ahora que busco con desespero a mi otro hijo y que el ex suegro de mi otra mujer no me quiere ver ni en pintura―, no estaría nada mal sentarse un rato en la Biblioteca General ―un poco militar es el nombre, sólo los militares generalizan― y pedir que me sirvieran uno de los libros cedidos por cortesía de Adela González. Una primera de Cien años de soledad. O varias de Onetti subrayadas y leídas en Puentedeume. O de Rayuela. O Conversación en la catedral. O los libros de lingüística, los Coseriu y los Hjemlslev. O una primera de Gamoneda. O alguna otras joyas, o cualquier cosa que ya no sea mía. Y que nunca pudo serlo, como el cariño. Como el humo que se te mete en los ojos. Como las mejores bufandas que se puedan soñar. Azules y verdes.

domingo, 12 de diciembre de 2010

De los números

Llevaba 17 horas sin fumar, pero se ve que es la mala hora, condenado estoy. Por algo hay que empezar, digo. Me queda un cartón y medio de Marlboros pequeños y dos cajas de puros, Macanudos Morenos, empezadas. Me repetía en el duermevela el número de la suerte de los azulgranas: 8 en Almería, 5 en casa, 3 en Pamplona, 5 en casa. 0 en contra. Los de casa, contra los dos equipos que tienen el mal gusto de amonarcarse, el Real y la Real. (Bueno, el Rácing también es coronario, pero ya la llegará su San Martín.) Los primeros 5 son de los que escuecen a los blancos, pero no haré leña, que el árbol no ha caído. Además, el Almería la arma en Sevilla y renace marcando 3. Vivo en el 37 y nací en un 37. Llevo lotería por un tubo acabada en 5, y dos números en 00 y en 69 porque me engañó una señora antes de comer en Murcia. Me quedan 97 páginas para acabar otro libro, titulado Desnuda, que está escrito con el culo, con lo que yo la quiero. Roncan los coches de madrugada. El mío, con su 9131, no se ha movido. Natural, trabajo en casa. El cuentakilómetros marca 60.937. Me acuerdo del viejo, un 2818, y AX. Recupero un mensaje de anteayer: «¿quién te va a escribir / si tú no, mi amor? (dos pentasílabos)». Menos de 9 días me quedan para decidir si voy a casa por Navidad, no pensaba, pero me aprietan mis hermanos. 8 cigarrillos quedan en la caja de Marlboros pequeños. Yo soy mayor, soy el mayor. Me defendí en el tabaco las cinco veces que dejé de beber. Esta vez no será al revés. 1500 libros quedan en la bajera de mi ex suegro, que debo desalojar. 2667 pepinos en mi cuenta bancaria. Unos 600 libros hay en casa. Si voy a casa por Navidad, pasando por Madrid a recoger a mi hija (y así me ahorro Teruel), 970 kilómetros. Los libros irán a la basura, ya cumplieron su misión. Podría donarlos, pero eso me obliga a hacer tres llamadas, que serían cinco. De los 970, 410 conducirá mi hija. Pararemos en el 103 de la A-2, como siempre. O en Medinaceli, km. 155, donde se tomaban estupendos bocadillos de jamón y buenos gintónics. Ahora, 12 grados en la calle, según el i-Phone. Las 5:03 de la mañana. 4 gintónics llevaba puestos ayer mi ex cuando hablamos, y la quise. No me llama. No me escribe. No es que no me ame. Dice Paco Rico, este verano, que hay que incluir la voz «gintónic» en el DRAE, que también es real. Me quedan sólo 300 gramos de té del bueno. ¿Me va a ayudar alguien a tirar 1300 libros a la basura? El contenedor queda a 30 pasos de la puerta de la bajera. Los escalones son sólo 16. Lo haré solo.

¿Sabes una cosa, mi amor?


(Réplica a Bécquer,
y a su definición de la poesía,
si es que eres tú,
ya te digo)

Todas las plazas de todos los pueblos de todas partes
todas son todas iguales.
Todos los bares de todos los domingos de cualquier semana
todos son todos iguales.
Todas las bragas de todos los tendederos de todas las calles
son todas iguales.
Todas las faldas de todas las niñas, todas las bicis de todos los niños;
todas las toses de todos los viejos, y los tacones de todas las viejas,
son todos muy parecidos.
Todos los trozos de todos los mundos,
todas las lágrimas que por la cara me corren,
todas las voces de todos los barrios
son como son todos.
Todas las distancias entre todos los sitios,
todas las escaleras de todas las casas,
todos los portales y todas las ruedas,
todos los tragos, todas las cuevas,
todas las playas, todas las olas,
todas
son todas iguales.
La única distinta, ¿sabes?, eres tú.


Am I bugging you? I mean to bug you.

Hace un porrón de años ―años antes de que cayera el Muro y naciera mi hija― tuve una novia cuando estaba casado. Hablando de porrones: el vino en bota, y la mujer...
Tiene maldita la gracia, porque antes de ser mi novia fue novia de mi mejor amigo. Ahora estoy descasado y sin novia y sin mejor amigo, pero tengo buenos amigos y algún amago de novia. Aquella novia me prestó un disco que acabo de comprar en i-Tunes. Big World, de Joe Jackson (pronúnciese con jota las dos, sin aspirar ninguna: a pesar de su nombre, en Gran Bretaña nunca se comió un colín, y en la península varios cochinillos). Joe Jackson es uno de los músicos más minusvalorados de la historia, enterémosnos. Ese disco ―una maravilla― contiene joyas como «Right or Wrong» (¿y cuál es la diferencia?), «We Can’t Live Together» (pero separados tampoco) o «Survival» (which is not an issue: línea de bajo y batería inigualables). Es del 84, todo hay que decirlo.
El título de este post ―pero eso sólo Igu lo sabe, y como mucho mi hija lo intuye― está tomado de la versión en directo de «Silver and Gold», de U2, en Rattle and Hum. Pues claro que quiero joder, e incluso joder, te. Pa eso estamos.
Ah: aunque no me eche novia dejo de fumar esta semana, vais avisaos.
Ha amanecido feo, empañado, azul. Cero naranja en el cielo, pero cinco en el exprimidor. Aunque como diría Jose ya no sea yo «Morning Lark» (el piano del estribillo de «Right or Wrong» me hace llorar), y sea Apple, siendo él Orange, en los vídeos ultragamberros que hay en U-Tube (the annoying orange: según traducción de mi hija, la naranja japuta: es buena traducción, pero esos vídeos son de ver, buscadlos. Yo soy la manzana a la que le cae encima el cuchillo, él la naranja). Ayer amaneció brillante. Pasé el día con la familia granaíno-cordobesa-motera de mi amigo almeriense. Comilona en Terraza Carmona (Vera, y no del Bidasoa, por cierto: si los de Vera de allá arriba se llaman beratarras, ¿cómo llamar a los de aquí?), como un insecto al que no mata nadie, al contrario que mi vecino, profesor de primaria, que los mata en el descansillo, y bien que hace. Pero duermo y escribo y traduzco con el balcón abierto de par en par. (Dice Joe Jackson «It’s Xmas time / again». Lo dice en un tema que se titula «Tango Atlantico», no accent please.)
«I wanna be with you tonight, tonight and forever», canta Joe Jackson. Y ya es de día otra vez, desde hace un buen rato.
Otro de sus temas es «Home Town». El poco rato que he dormido hoy soñé que volvía. Y voy a volver. A mi ciudad natal. Si es que existe y aún está ahí. De improviso. A devolver cariño. Na más.
Home Town, de Joe Jackson, para todos ustedes. Que traduzca su puta madre. Como diría mi Beckett, make sense who may,  que estoy muy cansao. Y pasar dos horas de madrugada sin fumar no veas si cuesta. Arriba cuesta.

Of all the stupid things I could have thought
This was the worst
I started to believe
That I was born at seventeen
And all the stupid things
The letters and the broken verse
Stayed hidden at the bottom of the drawer
They'd always been
And now I plough through piles
Of bills, receipts and credit cards
And tickets and the Daily News
And sometimes I just . . .

Wanna go back to my home town
Though I know it'll never be the same
Back to my home town
'Cause it's been so long
And I'm wondering if it's still there

We think we're pretty smart
Us city slickers get around
And when the going's rough
We kill the pain and relocate
We're never married
Never faithful not to any town
But we never leave the past behind
We just accumulate
So sometimes when the music stops
I seem to hear a distant sound
Of waves and seagulls
Football crowds and church bells
And I . . .

Wanna go back to my home town
Though I know it'll never be the same
Back to my home town
'Cause it's been so long
And I'm wondering if it's still there

Back to my home town
Though I know it'll never be the same
Back to my home town
'Cause it's been so long
And I'm wondering if it's still there


Llévame al río, Carmen, llévame al río.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Crujir de vértebras


Acabo la traducción de Theroux, y van tres, y lo celebro cenando en uno de los buenos restaurantes del paseo marítimo, no el que yo quisiera, que hoy cierra: una ensalada mayor y más variada que Versalles y Kew Gdns. (mayor y más variada que el Retiro, léase, o más surtida que los tres juntos), y unas almejas que ni fu ni fa, y cuatro gambas de aquí (que tienen denominación de origen y no es para menos, porque están para tirar cohetes en cada centímetro) y unas rodajas de gallopedro, además de una leche frita con helado de turrón que me vuelve a recordar que como la leche frita de mi ex suegra no hay ninguna, a ver si me manda por mensajero una ración. Ah: y todo regado con un Viña Esmeralda, en honor a mi padre, que se me queda grande e insípido. Gallopedro: ¿a quién se le ocurrió poner ese nombre a un pez rico donde los haya? Yo de biología marina no sé nada ―sólo sé que es un teleósteo―, y de etimología bíblica menos, pero ese pescado ―«será porque siempre he estado yo / del lado del pescado que / nunca había pensado que / el pescado fuera a estar / del otro lado»: Santiago Auserón para ustedes, del disco titulado Mr. Hambre― mucho dudo que cante, y más dudo que sean tres veces, cuando lo sacan del agua. Es un cruce entre merluza y atún. Pero quién sabe: a lo mejor sí canta, y a Dylan hay que volver a llamarlo «¡Judas!», como ya le pasó en Manchester en el 66.
Celebro con la misma que el Excmo. Ayto. de Málaga pague lo que me adeudaba desde hace once meses, vaya friolera, cantidad que ya di por perdida. No toda la deuda me abona. Me paga la mayor, la menor se la condono. Y con la misma lo condeno. Hay una Málaga moribunda y una Málaga que nace. Y yo, de lejos, ando a caballo entrambas aguas. Y eso que en Málaga debe de estar cayendo la de Dios, que diría Pedro cuando el gallo no lo oyese. Aquí ―tan cerca, tan lejos― el clima es benigno.
Y así es que este viernes me tomo vacaciones. Me iré a la playa de los Muertos a ver cómo asoman del mar los gallopedros, que podrían ser gallojuanes. E incluso gallopablos. Y hasta gallojaimes. (Sintiéndolo mucho, no pueden ser gallomarías ni gallobelenes, y menos aún gallanas.) Y luego me como un pargo a la espalda en Carboneras, como Dios manda cuando Pedro calla, con una ensalada como todos los jardines de Sevilla. A ver la torre del Miguelete, en Valencia, de momento no pienso ir.
El dolor de espalda va a menos, las vértebras crujen poco, la espina dorsal se recompone; no toca Beckett hoy, porque mi compinche en Beckett tiene que dar clases. Ya caerá un rato durante el finde. O sea: hoy, vacación.
He leído que el 75 por ciento de las mujeres sueñan que el beso de su vida será con un hombre afeitado, aunque sea lo que dice la publi. Por eso mismo, tras haberme rapado para quitarme los restos del tinte rubio, me dejo crecer la barba. Las barbas del pescado. Las agallas.
La intimidad, ya lo dije, es tan colectiva como la memoria. La cremación con que termina la novela de Theroux, a orillas del Ganges, es sólo de Theroux.

martes, 7 de diciembre de 2010

Hartura

Cuando nos conocimos, Dylan acaba de publicar Time Out of Mind, su mejor disco, y es mucho decir. Durante años no le presté mucha atención. «Out of mind, out of sight»: ojos que no ven, corazón que no siente. Es una frase hecha sobre la que mucho he reflexionado, ayer sin ir más lejos, con Beckett, con Jose. Y ahora me cansa, o me harta, contar la historia de la frase otra vez.
Cuando nos conocimos, desconociéndonos, ese disco contenía in nuce (esto es Ferrater, Gabriel, y por tanto es Justo Navarro) todo lo que iba a pasar y ahora pasa y ya no pasa.
Durante estos últimos años he llegado a la conclusión de que ya estaba todo escrito incluso en el primer tema de ese disco, del que creo que ya he hablado aquí. «Sick of Love». Seguro que la traducción publicada no es mucho mejor que la mía. Seguro que ésta no es peor, y que ambas, además de la de Rodrigo Fresán, rigurosamente inédita, no le hacen justicia. Tampoco le hace justicia mi tatuaje, con su bello rostro reproducido en mi piel.
Ahora que nos desconocemos, esta hartura es un consuelo. ¿O es hartazgo? Esa última coma me ha costado una hora. Y no estoy nada seguro de que sea oportuna, conveniente, exacta.

Harto del amor

Camino por calles que están muertas.
Camino, camino contigo en la cabeza.
Fatigados los pies, el cerebro tenso
y las putas nubes se ponen a llorar.
¿Oigo, oigo a alguien mentir?
¿He oído a alguien gritar lejos?
Hablé como un crío,
me hiciste polvo con una sonrisa
mientras yo estaba dormido.
Harto estoy del amor,
pero estoy en el amor hasta el pescuezo.
De este amor harto estoy.
Ya, ya veo a los amantes en la playa.
Ya, ya veo siluetas por la ventana
y las miro irse y me dejan pendiente,
me dejan colgado de una sombra.
Harto estoy del amor, oigo el tictac del reloj.
De este amor estoy harto, harto del amor ando.
A veces, el silencio es un trueno
A veces es como si me dinamitasen.
¿Y tú ibas a ser fiel? Pienso en ti
y me extraño.
Harto estoy del amor; ojalá no te hubiese conocido;
harto estoy del amor; a ver si de una vez te olvido.
No sé qué voy a hacer,
pero haré lo que haga falta
con tal de estar contigo.

Copyright © 1997 by Special Rider Music. La puntuación no es del genio de Minnesota esta vez, se la he corregido un poco. Que es lo que ha de hacer un buen traductor. Un buen traductor se va a la cama con la sal en las ojeras. No he dicho orejas, ojo.

Paralyzed towards the End

Pasajera parálisis después de todo lo que sucedió ayer, que fue más de lo que había sucedido en semanas, y que de momento no puedo contar con detalle, y eso que de ese ayer han pasado varios días. Parálisis facial y lingual. Parálisis con ese en Inglaterra y con zeta en Estados Unidos. O a la inversa, ya lo mismo me da. E inserción o inmersión a pulmón libre en la sociedad civil del pueblo. O secuestro: de repente entro en la vida de los otros. O los otros invaden la mía. O yo qué sé: de pronto, camino de un domicilio particular al que jamás pensé que iría, todo el barrio quería conocerme. Y todo el barrio era una familia, y yo un guiri acogido con afecto. Y además me tomaron por médico. Y tuve que serlo. Y todo por ser de donde soy y tener el padre y el hermano y la cuñada que tengo.
Vaya lío.
Mañana me marcho a Murcia a ver si me despejo, y hoy tengo tal cantidad de tajo que sólo me da tiempo a colgar este vídeo. Lo inventó Sam Mendes en American Beauty con una sola bolsa de plástico (¿era naranja?) y una preciosa voz en off contando una bella historia. Aquí no hay voz en off, pero las bolsas son dos. Son un tú y un yo. Se buscan y se desencuentran en cada vuelta que da el aire donde el aire da la vuelta. El invento es suyo. Mi metáfora, mejor.
Finalmente, no logro colgar el vídeo, pero todo el que haya visto la peli de Mendes sabe de qué hablo. El mío transcurre en un rincón donde dos bolsas (una, blanca; la otra, amarilla) se persiguen mecidas por el aire, que es viento enrarecido y enquistado y enconado en un rincón de un barrio humilde donde un guiri intenta captar lo que no se puede.
Después de mucha brega he conseguido escanear Intoxicated by my Illness, a ver cuándo me pongo con ello, el libro que publicará Carlos Rod y que es mi particular homenaje a mi hermana Ana y a mi hermano Pedro y a mi sobrino Jaime. Seguro que será a la vez que empiece a enseñarle inglés a Joaquín, el hijo de mi vecino, y a sus hermanas, María y Paqui; con suerte lo haré a medias con Laura ―a la traducción me refiero―, la sobrina de mi hermano Jose y de mi hermana Cati. O mi cuñada. De golpe tengo dos familias almerienses. Y como no entiendo nada, me vuelvo a la India, a traducir al pesado de Paul Theroux. Ya tendré tiempo de pensar mañana camino de Murcia, que está ahí al lado. Veré, sin falta, la casa en que mi madre pasó parte de su infancia, que sigue intacta. Y a lo mejor me como unos higos. Y cultivo ese raro fruto que es la amistad.
*
De qué cura la escritura, me pregunto. ¿Me cura del dolor cada vez mayor que siento? ¿Me cura de la culpa? Me enfermo, me embriago yo con mi enfermedad, y ya ni pedir perdón puedo. ¿Cómo pedir perdón por haberle robado a alguien los mejores años de su vida, por haberme quedado con su generosidad y su belleza en mi fealdad y mi egoísmo?
Vuelvo de Murcia, y si los murcianos son marcianos es como volver de Marte al planeta Tierra. Pero me dio tiempo a fotografiar una casa en la que mi madre pasó acaso los mejores años de su niñez. Y no la voy a colgar. Y me dio tiempo a comer un gran caldero que a mi amigo murciano le pareció que no era caldero, con el Jumilla de turno. Y a jurarme que no vuelvo a conducir cuando se haya hecho de noche. Y a no volver a leer los poemas de los amigos cuando la noche se convierte en frío día y no viene el sueño.
(Volviendo de Murcia caí en la cuenta de que la primera vez que estuve en este pueblo fue yendo a Águilas a ver a mi amigo de Murcia y a comerme con él un arroz a la piedra, estando con ella en Cabo de Gata. Siempre hay una primera e inesperada vez.)
Festivos vacuos en el pueblo lleno de gente vacía. Me va faltando todo. A lo mejor no estaba del todo preparado para esta travesía del desierto en medio del desierto donde me falta todo. El dolor de la separación que nunca tuvo que producirse, porque no estábamos hechos el uno para el otro ―luego no tuvo que existir unión siquiera―, es inmune a todo analgésico. Voy abierto en carne viva. Y seguramente se me nota en todo  lo que hago y en cada paso que doy, obras de caridad incluidas. La echo de menos con cada litro de aire que me entra en los pulmones, le echo de menos con cada golpe que da el corazón. Los echo de menos juntos a los dos. Los echo de más, y si no los tengo es porque me he ganado la pérdida a pulso. Es lo que tiene ser un idiota.
Al menos, la mañana beckettiana se nos da bien a Jose y a mí. Ya vamos estando cerca del primer principio del fin, y nos da tiempo a tomar un café en el bar de las rusas. Retiro del banco el dinero de la protesta interbancaria que me sugiere mi amiga Catalina sin pensar en los porqués, ni en Eric Cantona. Compro un pargo y un sargo de pequeño tamaño, suficiente para uno que come solo. A muy bajo coste: cuatrocientos gramos de pescado fresco por menos de cuatro euros.
Hoy hace sol. Y amaina el viento. Pessoa sabía y contó mejor que nadie que el poeta no es un fingidor, aunque finja ser dolor el dolor que de veras siente. Y luego dicen que el pescado es caro. O sea:
"I started out with nothin' / and still got most of it left", que diría Seasick Steve.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Por siempre joven


A mi  hija 

«… se permitió, en contra de lo aconsejable, dejarse llevar por la retrospección y por el cómo día a día había ido llegando hasta allí, cómo se había echado a perder, cómo había desperdiciado, o eso le parecía, y otro tanto a muchos que la conocían bien, los días que le fueron dados. No eran suyos los días para malgastarlos, eran tierra baldía por conquistar. Se los había ganado a pulso. Era ella la que se había ido echando a perder, ella y la riqueza de los días que no fueron suyos hasta haberlos conquistado y empobrecido. Se había consumido ganándoselos. Escasa de días iba ligera y plena de luz. Sobrada de días iba cargada y plena de negrura. Vivir era crecer en peso y en negrura y en la riqueza de los días. La muerte natural era el negro caudal de los días. La luz en la escasez de los días era música sin pautar porque no queda otra que seguir viva y coleando hasta la hora de morir, la música de los días que no eran suyos, y cada hora de los cuales era en exceso versátil para apropiársela.»
Hasta aquí el jovenzuelo y pedantuelo Beckett que, en Sueño con mujeres que ni fu ni fa, ando trajinando con Jose, más vale, hoy en concreto poco trecho de texto, pero con mucho provecho, creo. Mañana más. Cerca andamos ya del primer monstruo entero. Preveo que la revisión va a ser un calvario. Pero por lo menos andamos satisfechos, aunque haya tardes, como ésta, que dan poco de sí. Reconozcamos que el párrafo se las traía.
Ahora, el jovenzuelo y pretencioso Dylan, menos pedante:

Por siempre joven

Que Dios te bendiga y te guarde siempre
que tus sueños se hagan realidad
que obres siempre por los demás
y nos dejes obrar por ti

Que construyas una escala a las estrellas
y por cada peldaño asciendas
que por siempre seas joven
por siempre joven, por siempre joven
que por siempre seas joven

Que crezcas bien derecha
que madures y seas fiel,
que sepas siempre dónde para la verdad
y veas las luces que te rodean

Que seas valerosa
que vayas bien recta y seas fuerte
que seas por siempre joven
por siempre joven, por siempre joven
que seas por siempre joven

Que tengas las manos siempre ocupadas
y bien ágiles los pies siempre
que tengas los cimientos fuertes
cuando cambie el viento que nos cambia

Que tu corazón siempre sea alborozo
que tu canción se cante siempre
que seas por siempre joven
por siempre joven, por siempre joven
que seas por siempre joven

Copyright © 1973 by Ram's Horn Music; renewed 2001 by Ram’s Horn Music

Antes de cada vocativo, y más ahora que va siendo uno andaluz de adopción, sin llegar nunca a serlo, ganas dan de poner un ojalá: ojalá que… Pero no creo que haga falta. Todo  va en modo desiderativo, que es un modo verbal que en albanés frica. Ah: y la puntuación no es mía, es del mendrugo genial de Minnesota.
         Viniendo de Vera al pueblo ésta era la canción que sonaba cuando se cerraba la noche. A mí no me gusta especialmente, pero la he oído entera. La desdylanización va lenta. Esta traducción se la debía a mi hijita, que está un poco muy desmejorada. De aquí a nada dejará de ser joven, pero me barrunto que lo será siempre. Hija, fijo; joven, me juego una mano. Lo lleva en el espíritu. Crecerá, se nos hará mayor, y será por siempre joven, aunque las enfermedades y los palos de la vida y los días con sus luces y sus tinieblas (¿dije negrura?) la vayan haciendo mujer. La entristecerán acaso, pero no la van a envejecer, ni a desjuvenizar.
Luego, nos queda «Huracán»: siendo «Forever Young» la suya, «Huracán» es nuestra canción. Y no creo que vayamos a decirle nunca a nadie por qué es la nuestra, ni falta que hace.  "Tangled Up in Blue" la comparto con mi hij0 pequeño. Con mi hijo mayor no comparto nada. "Huracán": gran secreto compartido entre los dos, mi hija y yo, uno de tantos.