jueves, 17 de febrero de 2011

Ay, que todo termine


Como este febrerillo va rácano de entradas, hoy taza y media. Me encuentro ésta, que le regalé el 3 de enero a Javi Moro, librero a su pesar, para su blog, para ir poniendo fin a su colaboración en la radio, donde hacía una de esas tareas calladas y amables en su severidad, necesarias en el fango del mundo en que nos movemos. La rescato para este blog apagadillo, como suele ser febrero. Y así seguimos en el universo Beckett, que es el universo a secas.

Que nada es para siempre es una de las cosas que sabemos desde niños, desde que suena el timbre que avisa del final del recreo, y es una de las cosas que nunca terminamos de saber. Esta mañana, mientras pensaba que mi amigo Javi Morote ―librero encomiable, lector empedernido, amigo de pedernal― me pide unas palabras con las que poner remate a su blog de comentarista radiofónico, mientras le oía hablar de una traducción mía sin decir que es mía ―bien hecho: ni falta que hace―, y hablar bien del libro, con la dosis justa de entusiasmo, y mientras me acordaba del libro, La biblioteca de los sueños rotos, me ha salido este párrafo en una traducción que estoy terminando, un libro de Kathleen Rooney que se titulará Desnuda y pronto publicará Turner, y que encontré el verano antepasado en Cambridge, Massachussets, cuando iba de paseo con mi hermana Ana, seguro de que no iba a comprar ni un solo libro, y salí con una docena., aunque éste, firmado, fue el que desatascó el desagüe. La chica en cuestión desgrana sus experiencias de modelo de artista, siempre desnuda, para pintores, dibujantes, fotógrafos, clases, grupos, etc.:

«Desnuda y más o menos anónima, más o menos cosificada, yo había acumulado una curiosa autoridad. Y aun cuando estaba desvestida (teóricamente expuesta, vulnerable) y el fotógrafo seguía vestido (teóricamente dominante, invencible), a menudo me sentía como si fuera yo la que estaba al mando. Pensando de esta manera casi llegué a disfrutar de la situación. A la sazón, fue más que suficiente, y es que todas las cosas ―buenas, malas y regulares, estrafalarias o no― han de terminar.»

Oh all to end, dice Beckett en A vueltas quietas. «Ay, que todo termine», en mi traducción ―que ahora cumple ya once años, ahí es nada―, y quienes me conocen saben que esa coma la llevo en mi haber como una cruz de madera de pino, sin saber aún si tuve o no tuve que ponerla, si la puse sin querer, si quise ponerla, y en mi debe pesa como una cruz de plomo. No queda claro ―pero la anfibología es un arte― si Beckett se alegra de que todo termine y desea que todo termine o si le duele que termine todo.
Ahora termina el año. Para mi amigo Javi termina un tiempo de gozo en el programa de radio en el que ha colaborado semana tras semana, año tras año, con su sufrimiento, movilizando a lectores remolones con sus sabias recomendaciones. Y no termina porque él haya querido, sino porque todo termina alguna vez. Allá quien así lo haya querido, eso es cosa suya.
Lo sabemos desde niños, pero todo fin es más doloroso que el primer parto, que en sí mismo es un fin (el fin de un embarazo, de una vida intrauterina, etc.) «En mi principio está mi fin», dijo Eliot en alguno de los Cuatro cuartetos, creo que es «East Coker». Y eso sí que lo sabemos todos desde niños: lo que hay que meterse en la cabeza es que en mi fin está mi principio.
El programa de Javi, en la SER, matrícula de Navarra, ha sido una gozada de seguir. Está on-line. Es pasado. El futuro empieza ahora, empieza en este día por ejemplo de nubes veloces. Pero nuestra amistad dista mucho de haber concluido. To be continued...

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