martes, 1 de marzo de 2011

Albor

Un ruido lejano llega del puerto.
No ocluye mis negros pensamientos.
Con negras pesadillas me despierto,
el alba da al dolor un color más cierto.

Así amanezco, antes que amanezca, con endecasílabos antes de hacer a tientas el té. Así me acuesto, con octosílabos de ensueño que luego no reproduciré. Es marzo tempranero y frío. Me debato entre la pulsión de continuar el poema y la obligación de ponerme a producir sin haber leído una noticia. A punto de terminar tres libros ―Ebrio de enfermedad, Sueño con mujeres que ni fu ni fa, El diario de Edith: Broyard, Beckett, Highsmith, o Anatole, Samuel, Patricia― y sin entender por qué se me han acumulado los tres finales, dudo si rematar o empezar. La pesadilla es vivísima: Barcelona, un hotel muy raro, transporte público, mi padre, una señora mayor, una hoja de reclamaciones. Me digo: ¿tiene continuación el poema? Me pongo otro polar por encima del polar. Amontonamiento de polares, de poemas, de finales.
         Chufla la espita de la kettle. Se posa el té. Ando con unos mocos que se me caen al suelo. En realidad no ando. Podría recrearme en esos versos, pero prefiero dejarlos como están: el ruido ha cesado, la pesadilla es olvido, no amanece aún, el dolor no desaparece. No me apetece ser ni críptico ni claro. Ni abrasarme la boca con el té  ni aliviarme la sed.
         Pienso en los correos que he de escribir, ahora que veo los recibidos ayer y pienso en los no contestados ―la gente escribe de noche, pero de noche yo duermo―, de agradecimiento unos, de obligación otros, y oigo pasar un coche de otro madrugador que seguro que va sorbiéndose los mocos. Me rondan las mientes las tareas pendientes. Parece parado el reloj. Fumo más pronto de lo previsto. Prendo otra luz. Hago un zumo de mandarinas, las últimas del invierno, seguro fijo. Pasa otro coche, un diésel renqueante. El zumo, ni fu ni fa, ma.
         Tengo de pronto en la memoria la estantería del pasillo de una casa en la que no vivo. El estante más alto, donde están los Nabokov criando polvo. Y la sal en la cara. Debería afeitarme esta barba zarrapastrosa, pero creo que no lo haré. Los veo dormir todavía dos horas. El té me escalda el paladar. La lengua está en mis dedos. Toso. No despunta el día. Parece que anocheciera ahora y el silencio es completo.

Addenda:
Para pasmo de propios y extraños, ahora que ya no creo ni por el forro en las coincidencias, traduciendo a Patricia Highsmith aún antes de las nueve de la mañana, me encuentro con que Edith, en su diario, copia un poema. El capítulo 18 de El diario de Edith empieza así:

El 6 de mayo, Edith copió en el diario un poema que había escrito esa mañana, aún en la cama, al alba, con el lápiz, en la libreta que tenía en la mesilla.

Al alba, tras haber muerto yo horas antes,
entró la luz del sol como siempre a las siete en punto
entre estos árboles que bien conozco.
Reventará el verdor, las sombras verde oscuro darán paso
al cruel y benigno sol, al sol indiferente.
Indiferentes seguirán los árboles en mi jardín,
sin llorar por mí la mañana en que yo muera.
Iguales que siempre, las raíces sedientas,
los árboles descansarán al alba, sin que los meza la         [brisa,
ciegos y desatentos,
los árboles que tan bien conocí,
y tanto cuidé.

1 comentario:

  1. Miguel, soy una seguidora de tu blog, y me gustaría hacerte una consulta, pero no encuentro aquí la manera de enviarte un mensaje. ¿Podrías indicarme cómp puedo hacerlo? Mil gracias.

    ResponderEliminar