miércoles, 9 de marzo de 2011

Una despedida

O un intento de sanación, una sesión de quimio desquiciada, una terapia irritante, un emético. Va a ser más bien una banda sonora. Y una señora banda.
Tiene la música de bueno que ya no hace falta tenerla para oírla, porque suena ella sola en la bóveda craneal de la memoria intacta. Así, «Nobody called. Nobody came». Resulta, indagación previa, que es el final de «A Dream», en Songs for Drella, aunque pensé en principio que era de un tema de Magic & Loss. Por tanto, no es sólo  de Lou Reed, sino de Reed y John Cale.
Y luego resulta que sí que vino alguien, llamó alguien, no «the Girl from the Red River Shore», claro, sino un vecino que me aprecia, al que aprecio, acompañado por su cuñado, que destila sabias palabras. El aprecio y el respeto son mutuos, pero a partir de hoy son mayores ―más que palabras mayores― entre los gitanos y un payo.
Todo el día llevo pensando en el inmenso Petisme de Cierzo, discazo de tiempos muy felices, cantado a coro en el coche. («No levantes tanto el vuelo, palomica…») Contiene una versión de «Azurro» (Paolo Conte) que pa qué los peces voladores de colores. Llevo toda la tarde oyéndolo de memoria, sin haberlo puesto. Y oyendo a Paco Rabal citar a Goya: «Antes loco con todos que cuerdo a solas». Lo bueno de lo malo de lo malo de lo bueno es que nunca he estado muy de acuerdo. Y toda la tarde llevo oyendo el disco más invernal y más duro que conozco, "Heaven Up Here". Una vez al año lo oigo, y van para treinta. Pero con éste me castigo de verdad de noche. Con un bálsamo me castigo. La noche es de verdad.
Oía las canciones de Petisme comiéndome un gallopedro en pleno vendaval y con oleaje batido, nunca imaginé que el Mediterráneo pudiera ser tan cantábrico, pero con este levante… Con este levantazo se me mezclaban las canciones comiendo y traduciendo para que los guiris se ubicasen, y a mis amigos de La Barca, mi familia del pueblo, les resultara más fácil entenderse y tratar bien a la clientela, y de pronto sonaba en el lóbulo occipital otra canción: «You were my first love and you will be my last». Y era como si los peces me dieran coletazos, los últimos del invierno, en toda la cara.
Pero estaba en Petisme, que el levante mucho tiene que ver con el cierzo.
Así,

Cielo de nubes veloces
empujadas por el viento.
Flores de humo y silencio
cabalgando por el cielo.
Ejército de algodones,
cine de locos y homeless.
Tengo miedo de esas nubes
que cubren el horizonte.
Preferiría morirme en tus brazos
que hacerme a la idea de vivir sin ti,
preferiría esperar el infarto
que hacerme a la idea de vivir sin ti.
Me emborracho de alcoholes
asomado a los balcones
Como si huyésemos de algo
así vamos por la vida

Y no sé si era «Cuchillos y palabras» o más bien «Nubes veloces». Lo que sí voy sabiendo es que otra cosa no hago, aparte de esperar el infarto, cuando las camisas tendidas están a punto de salir volando como peces y casca un vendaval poco normal, y me paso la mañana trabajando a destajo, y me preocupa que las vecinillas se pasen el día sin escolarizar todo el día, repetición intencionada, porque no es la primera vez, por estar enfermas, pienso, pero no, a juzgar por el anda jaleo jaleo, y El diario de Edith, que voy terminando contrarreloj y es un puñetazo en toda la cabeza, como quiso Kafka que fuese una obra maestra, a pesar del naturalismo (y de ciertas imprecisiones en la cronología interna), es que las canciones de aquel disco feliz de Petisme son de una tristeza infinita, y que no se consuela a un moribundo que además exhibe sus impudicias, y que eres una lengua que he olvidado, aunque bien la conocí, y yo una lengua que no quieres hablar con nadie.
         Véase la letra de «Dreamin’ of You».

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