jueves, 9 de diciembre de 2010

Crujir de vértebras


Acabo la traducción de Theroux, y van tres, y lo celebro cenando en uno de los buenos restaurantes del paseo marítimo, no el que yo quisiera, que hoy cierra: una ensalada mayor y más variada que Versalles y Kew Gdns. (mayor y más variada que el Retiro, léase, o más surtida que los tres juntos), y unas almejas que ni fu ni fa, y cuatro gambas de aquí (que tienen denominación de origen y no es para menos, porque están para tirar cohetes en cada centímetro) y unas rodajas de gallopedro, además de una leche frita con helado de turrón que me vuelve a recordar que como la leche frita de mi ex suegra no hay ninguna, a ver si me manda por mensajero una ración. Ah: y todo regado con un Viña Esmeralda, en honor a mi padre, que se me queda grande e insípido. Gallopedro: ¿a quién se le ocurrió poner ese nombre a un pez rico donde los haya? Yo de biología marina no sé nada ―sólo sé que es un teleósteo―, y de etimología bíblica menos, pero ese pescado ―«será porque siempre he estado yo / del lado del pescado que / nunca había pensado que / el pescado fuera a estar / del otro lado»: Santiago Auserón para ustedes, del disco titulado Mr. Hambre― mucho dudo que cante, y más dudo que sean tres veces, cuando lo sacan del agua. Es un cruce entre merluza y atún. Pero quién sabe: a lo mejor sí canta, y a Dylan hay que volver a llamarlo «¡Judas!», como ya le pasó en Manchester en el 66.
Celebro con la misma que el Excmo. Ayto. de Málaga pague lo que me adeudaba desde hace once meses, vaya friolera, cantidad que ya di por perdida. No toda la deuda me abona. Me paga la mayor, la menor se la condono. Y con la misma lo condeno. Hay una Málaga moribunda y una Málaga que nace. Y yo, de lejos, ando a caballo entrambas aguas. Y eso que en Málaga debe de estar cayendo la de Dios, que diría Pedro cuando el gallo no lo oyese. Aquí ―tan cerca, tan lejos― el clima es benigno.
Y así es que este viernes me tomo vacaciones. Me iré a la playa de los Muertos a ver cómo asoman del mar los gallopedros, que podrían ser gallojuanes. E incluso gallopablos. Y hasta gallojaimes. (Sintiéndolo mucho, no pueden ser gallomarías ni gallobelenes, y menos aún gallanas.) Y luego me como un pargo a la espalda en Carboneras, como Dios manda cuando Pedro calla, con una ensalada como todos los jardines de Sevilla. A ver la torre del Miguelete, en Valencia, de momento no pienso ir.
El dolor de espalda va a menos, las vértebras crujen poco, la espina dorsal se recompone; no toca Beckett hoy, porque mi compinche en Beckett tiene que dar clases. Ya caerá un rato durante el finde. O sea: hoy, vacación.
He leído que el 75 por ciento de las mujeres sueñan que el beso de su vida será con un hombre afeitado, aunque sea lo que dice la publi. Por eso mismo, tras haberme rapado para quitarme los restos del tinte rubio, me dejo crecer la barba. Las barbas del pescado. Las agallas.
La intimidad, ya lo dije, es tan colectiva como la memoria. La cremación con que termina la novela de Theroux, a orillas del Ganges, es sólo de Theroux.

2 comentarios:

  1. Querido Miguel:
    Como dice un libro de cocina que tengo ("Secretos de los fogones del Sur", de Esperanza Peláez), y que sigo felizmente para este postre, la leche frita es típica de Almería "y alegra las meriendas de la feria" (cito de memoria). No sé por qué siempre me gustó mucho esa frase.
    No hagas caso de la publicidad: lo importante, como dicen las madres, "es ir limpico". Y, como dicen las revistas, "el mejor truco de belleza es una sonrisa" :-D
    Besos

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  2. Ya, pero la de mi ex suegra, que no es ni de lejos de Almería (no creo que haya estado por estas tierras), es la mejor leche frita que he probado nunca.
    Me alegra mucho que vuelvas a visitar estas páginas, habiendo sido la primera que lo hizo. LO que dicen las madres es bien cierto. LO de las revistas, también, pero a veces no veas lo que cuesta sonreír.
    Hoy no es el día: hoy cada latido de corazón me sonríe en estéreo, ya lo contaré.
    Beso grande.

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