martes, 7 de diciembre de 2010

Paralyzed towards the End

Pasajera parálisis después de todo lo que sucedió ayer, que fue más de lo que había sucedido en semanas, y que de momento no puedo contar con detalle, y eso que de ese ayer han pasado varios días. Parálisis facial y lingual. Parálisis con ese en Inglaterra y con zeta en Estados Unidos. O a la inversa, ya lo mismo me da. E inserción o inmersión a pulmón libre en la sociedad civil del pueblo. O secuestro: de repente entro en la vida de los otros. O los otros invaden la mía. O yo qué sé: de pronto, camino de un domicilio particular al que jamás pensé que iría, todo el barrio quería conocerme. Y todo el barrio era una familia, y yo un guiri acogido con afecto. Y además me tomaron por médico. Y tuve que serlo. Y todo por ser de donde soy y tener el padre y el hermano y la cuñada que tengo.
Vaya lío.
Mañana me marcho a Murcia a ver si me despejo, y hoy tengo tal cantidad de tajo que sólo me da tiempo a colgar este vídeo. Lo inventó Sam Mendes en American Beauty con una sola bolsa de plástico (¿era naranja?) y una preciosa voz en off contando una bella historia. Aquí no hay voz en off, pero las bolsas son dos. Son un tú y un yo. Se buscan y se desencuentran en cada vuelta que da el aire donde el aire da la vuelta. El invento es suyo. Mi metáfora, mejor.
Finalmente, no logro colgar el vídeo, pero todo el que haya visto la peli de Mendes sabe de qué hablo. El mío transcurre en un rincón donde dos bolsas (una, blanca; la otra, amarilla) se persiguen mecidas por el aire, que es viento enrarecido y enquistado y enconado en un rincón de un barrio humilde donde un guiri intenta captar lo que no se puede.
Después de mucha brega he conseguido escanear Intoxicated by my Illness, a ver cuándo me pongo con ello, el libro que publicará Carlos Rod y que es mi particular homenaje a mi hermana Ana y a mi hermano Pedro y a mi sobrino Jaime. Seguro que será a la vez que empiece a enseñarle inglés a Joaquín, el hijo de mi vecino, y a sus hermanas, María y Paqui; con suerte lo haré a medias con Laura ―a la traducción me refiero―, la sobrina de mi hermano Jose y de mi hermana Cati. O mi cuñada. De golpe tengo dos familias almerienses. Y como no entiendo nada, me vuelvo a la India, a traducir al pesado de Paul Theroux. Ya tendré tiempo de pensar mañana camino de Murcia, que está ahí al lado. Veré, sin falta, la casa en que mi madre pasó parte de su infancia, que sigue intacta. Y a lo mejor me como unos higos. Y cultivo ese raro fruto que es la amistad.
*
De qué cura la escritura, me pregunto. ¿Me cura del dolor cada vez mayor que siento? ¿Me cura de la culpa? Me enfermo, me embriago yo con mi enfermedad, y ya ni pedir perdón puedo. ¿Cómo pedir perdón por haberle robado a alguien los mejores años de su vida, por haberme quedado con su generosidad y su belleza en mi fealdad y mi egoísmo?
Vuelvo de Murcia, y si los murcianos son marcianos es como volver de Marte al planeta Tierra. Pero me dio tiempo a fotografiar una casa en la que mi madre pasó acaso los mejores años de su niñez. Y no la voy a colgar. Y me dio tiempo a comer un gran caldero que a mi amigo murciano le pareció que no era caldero, con el Jumilla de turno. Y a jurarme que no vuelvo a conducir cuando se haya hecho de noche. Y a no volver a leer los poemas de los amigos cuando la noche se convierte en frío día y no viene el sueño.
(Volviendo de Murcia caí en la cuenta de que la primera vez que estuve en este pueblo fue yendo a Águilas a ver a mi amigo de Murcia y a comerme con él un arroz a la piedra, estando con ella en Cabo de Gata. Siempre hay una primera e inesperada vez.)
Festivos vacuos en el pueblo lleno de gente vacía. Me va faltando todo. A lo mejor no estaba del todo preparado para esta travesía del desierto en medio del desierto donde me falta todo. El dolor de la separación que nunca tuvo que producirse, porque no estábamos hechos el uno para el otro ―luego no tuvo que existir unión siquiera―, es inmune a todo analgésico. Voy abierto en carne viva. Y seguramente se me nota en todo  lo que hago y en cada paso que doy, obras de caridad incluidas. La echo de menos con cada litro de aire que me entra en los pulmones, le echo de menos con cada golpe que da el corazón. Los echo de menos juntos a los dos. Los echo de más, y si no los tengo es porque me he ganado la pérdida a pulso. Es lo que tiene ser un idiota.
Al menos, la mañana beckettiana se nos da bien a Jose y a mí. Ya vamos estando cerca del primer principio del fin, y nos da tiempo a tomar un café en el bar de las rusas. Retiro del banco el dinero de la protesta interbancaria que me sugiere mi amiga Catalina sin pensar en los porqués, ni en Eric Cantona. Compro un pargo y un sargo de pequeño tamaño, suficiente para uno que come solo. A muy bajo coste: cuatrocientos gramos de pescado fresco por menos de cuatro euros.
Hoy hace sol. Y amaina el viento. Pessoa sabía y contó mejor que nadie que el poeta no es un fingidor, aunque finja ser dolor el dolor que de veras siente. Y luego dicen que el pescado es caro. O sea:
"I started out with nothin' / and still got most of it left", que diría Seasick Steve.

4 comentarios:

  1. En Murcia lo pasamos de miedo. Tu madre, tus abuelos maternos y tus otros siete tios. Yo estudiaba 1º de Bachiller en el Instituto Saavedra Fajardo por los jardines de Floridablanca. Ibamos de Pontevedra y aterrizamos allí encantados porque estabamos juntos y eramos pequeños. Era epoca de guateques y las hermanas mayores, 15 y 18 años, eran guapisimas, tenian un exito espectacular entre sus numerosos amigos. Precoces, ahora que lo pienso. Allí nos dejó nuestra madre, tu abuela materna, con 45 tacos en el cuerpo y gemelos. Fué una brutal putada. Fué el 23 de abril de 1952. Y en octubre estabamos de vuelta en Santiago. La casa de Murcia estaba en Calderon de la Barca y era el Banco de España.

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  2. Salvo la fecha exacta de la muerte de mi abuela Teresa, tu señora madre, a la que naturalmente no conocí, lo demás lo sabía. Y sabes que con las fechas soy muy supersticioso, no por nada mi hija nació el mismo día que Dylan, sopocientos años después. El 23. Pero en mayo. La foto del Banco de España de la capital murciana va en mi móvil. No tiene mayor interés, porque el edificio es idéntico a tantos otros Bancos de España. Pero intuyo cuál es la ventana del cuarto en el que dormía mi madre.
    Te agradezco horrores que me leas y comentes, y que tu adolescencia en Murcia esté impresa en tu memoria, y que la compartas. Ah: y no aterrizásteis los Álvarez en Murcia, perdona que te corrija. Fue un viaje en tren desde Pontevedra equivalente a lo que hoy sería ir a Lituania. El pasado es un sitio en donde las cosas se hacen de manera diferente.

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  3. Fueron 48 horas de viaje en aquellos trenes con máquinas de carbon y la subsiguiente carbonilla que se solía meter en los ojos de los viajeros en cuanto abrías una ventanilla. Parada y fonda en Madrid en casa del tio Miguel, Taller de Precisión del Ejército en Raimundo Fernandez Villaverde frente al Corte Inglés de Castellana. Mi intención no era volver sobre este tema sino darte las gracias por darme la pista del baile de las bolsas de plástico. Me impresionó cuando lo ví y no podia acordarme de donde lo había visto. Es una secuencia preciosa.

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  4. Ahí le has dao.
    Si la memoria sólo puede ser colectiva y compartida, ¿por qué la intimidad no había de serlo?
    (La pregunta es capciosa, claro: va por Catalina y Eugenia, que me recomiendan cautela.)
    Me alegra refrescarte la memoria de la bolsa de plástico, prometo no meter la mía en una ídem y me alegra que me recuerdes cosas que no sabía.
    Ya lo dice Faulkner: recuerda el corazón antes que la memoria entienda.
    More to follow for future reference.
    M

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