miércoles, 9 de febrero de 2011

La salud (2)

Los hechos son los siguientes:
- Al poco de llegar a este pueblo, mi vecina me contó que su padre tenía un grave contratiempo de salud y, como se había enterado de que yo era de una ciudad con fama hospitalaria (quiero decir, sanitaria), vecino, por favor, a ver si puedes hacer algo para que lo vean.
- Me cabreó interiormente, y no poco, tener que hacer una gestión para la que no estoy preparado, sino que más bien soy inepto, o he de pedir favor, pero hice de tripas corazón, o de flaqueza virtud, qué sé yo.
- Hablé con mi cuñada, que es hospitalaria y trabaja en sanidad, y les facilitó un desembarco allá en el norte. Se fue la familia en pleno, dos o tres furgonas, todos vestidos de negro. Coexistimos de maravilla, pero son tan gitanos ellos como payo yo.
- Antes, el día en que mi vecina me pidió que hiciera la gestión, todavía no sé cómo me embarcaron para que bajase un par de calles a ver a su padre. Me imagino que andaba yo condescendiente y despistado y deseoso de congraciarme con todo lo que me rodea. Sólo después me di cuenta de que habían pensado que el médico era yo, y me tuve que sentar al lado de su padre, que resultó ser tocayo mío y me pidió que le palpase un tumor que debía de rondar el kilo y medio mínimo. Lo hice.
- Subieron al norte, los atendieron, volvieron contentos, me lo agradecieron. Mientras tanto, empecé a dar una hora de clase de inglés a la semana a los hijos de la vecina, dos chavales mu avispaos, y de alfabetización a la tercera, que va muy lenta (porque no va al cole muchos días), pero que de lerda no tiene un pelo. El pequeño es muy pequeño y se llama como su abuelo y como yo.
- Decidieron que se le operase en un hospital de Madrid, donde todo pintaba de maravilla.
- El domingo pasado subía yo de ver el partido del Barça en la Penya Barcelonista del pueblo cuando me encontré con un velatorio multitudinario, las calles tomadas. Pregunté qué había pasado con la debida discreción. Un señor que estaba muy afectado y solo, en mi calle, me dijo que había muerto «uno de los nuestros». Y el lunes parecía que fuese verano: había venido una multitud ingente, era imposible aparcar en ninguna parte.
- Me impresionó el sentido gregario de esta gente, aunque no todos eran gitanos, que payos había entre los deudos, en el duelo, y no eran pocos.
- Acaban de entrar a verme los vecinos. Antes, había pasado yo a verles para avisarles de que quitasen la furgona, que mañana asfaltan la calle. No me abrieron, pero me preguntan si era yo, y digo sí, y me dicen que «se nos ha ío». Perplejo, pregunto quién. Resulta que mi tocayo se ha quedado en una mesa de un quirófano en un hospital de Madrid. Tenía 56 años. Y muchos nietos. Y el respeto y el afecto de mucha gente. Y yo sin enterarme, pasando un feliz finde con mi hija, cuando tendríamos que haber ido a ese entierro, porque vela teníamos en él.
Las conclusiones son como siguen:
Desde luego, no somos na.
Hay que seguir bregando.
Contad conmigo pa lo que sea.
Y: a cambio de un «gracias, vecino», dicho por Paqui con un pañuelo negro impoluto al cuello, toda vestida de negro, mientras Luis me abraza, no quiero nada. Me quedo con eso.

2 comentarios: