sábado, 12 de marzo de 2011

Topografía

Ayer en Turre pregunté a mis amigos almerienses si saben lo que es dar el turre, o dar la turrada. No tenían ni idea. Localismo al canto, pues. Y me temo que muy datado, porque yo hace años que no he vuelto a oír «no me des el turre», o «vaya turrada». Pero el indio en que comimos era fenomenal, y eso que el día distó mucho de ser almeriense. Más bien fue un día irlandés, que era de lo que se trataba, si estábamos celebrando el fin de la traducción de Sueño con mujeres que ni fu ni fa. Estábamos en un indio donde se come de maravilla, el Taj.
Beckett habría estado de acuerdo con Dylan, el que oí a la vuelta, bajo la lluvia, en medio de la bruma: «I swear I’m not gonna touch another woman for years».

Otra vez Petisme:

Hemos temblado de ternura
en el silencio de los bosques,
y recogido en la basura
las Rosas de la Noche.
Nos hemos muerto tantas veces
por esos cuerpos y esas calles,
y ahora el tiempo nos convence:
no somos inmortales.

La frecuencia con la que me veo de pronto en sitios donde no estoy me alarma a veces, porque estoy: estoy aquí y de pronto estoy en la plazoleta de la carrera de San Jerónimo, o en la calle Tafalla a las nueve menos diez, y en la Vuelta del Castillo a todas horas, por supuesto, o en el estanque de la Media Luna lleno de percas anaranjadas un domingo por la tarde, y en sitios inconfesables, pero tan elementales como la Plaza Real, la calle de Santa Emilia, el Borne en patines, el pasadizo de la Jacoba, la Cruz del Rayo, la calle Amparo, la calle Descalzos, el Antiguo en Sanse. En la Alameda, sea Málaga o Santiago, me veo pasear con distintísimas compañías, claro. «You fill me up with nothing but self-doubt. Some day babe, you aint gonna worry for me anymore.» La calle Roncesvalles, una discusión terminada en un beso. Y calles de París, y Hyde Park aquella mañana cruda de enero, y calles sin nombre en Venecia. Y la calle de la peluquera de San José. Y una plaza en Teruel, la del Torico, una noche, y dos curas y seis editores y un vestido de plata. Chasca la lengua al comienzo de «Nettie More». ¿Es que no tengo ningunas ganas de estar donde estoy estando bien dentro de mi piel donde estoy?
Mi asistenta me enseña una superstición preciosa para encontrar cosas perdidas: se trata de anudar el cabo de un pañuelo y metérselo en el bolsillo. Funciona. Tenía extraviado el cable del escáner, anudo la punta de un trapo, me lo meto en el bolsillo del pijama y el cable aparece como por ensalmo. Mi abuela rezaba a San Antonio.
Más sitios en donde estoy mientras tanto: la calle Argumosa, «my happiness is gone and the river’s on the rise». El hotel Inglaterra, en una perpendicular a Echegaray que no sé cómo se llama ahora, si es que no es Echegaray. El río Aguas, aquí mismo, ni siquiera cuando llueve lleva lo que dice. Si sigue lloviendo, se romperá el dique. Seco como el tabaco va el cauce de ese río. Hendaya, donde no cabe un alfiler una tarde de verano, o en invierno, donde tomamos cafés. La playa de Prellezo y las piernas moradas, o más azules que el bañador. Soria siempre. Segovia nunca. Las gafas perdidas en Elche. Córdoba, lejana. Y más sola que yo, que ya es decir. El Cabo San Vicente y la amarillez hepatítica. Muxía, con a pedra dos cadrises y a pedra d’abalar. Laxe decepcionante, insulso. En Turre me sugieren que, teniendo un apellido que responde a una localidad, a lo mejor soy judío. Vaya turre me dan en Turre con esta historia, que puede ser verdad, pero es la primera vez que la he oído, y mi abuela Lage de judía tenía poca pinta, quiero decir que tenía poca pinta de alubia pinta, pero quién sabe. La sierra de Leyre una helada noche en pleno verano de calor. El bosque de las setas en Ulzama. Una merienda en Burdeos. Cala Rajá, más gafas perdidas. Y halladas en el mar. El paseo hasta la torre vigía de la Vela Blanca, vista luego desde el mar, en velero. El Guggenheim con una furgona prestada y mucha prisa, viendo una expo magistral de Kiefer.
«Love takes such a long time to die.» El luto, como dice uno de mis amigos en el pueblo, se lleva hasta que el corazón quiera. Acaba de estar aquí, y es sabio.
Más sitios: Udabe. El despiste de la calle Orense. La esquina de Mayor con Eslava, ¿cuántas veces? Los jardines de la Taconera. La calle San Agustín, enfrente de la campana de la iglesia. El final de la calle Arrieta, en otros jardines. La avenida de San Ignacio, joder con los santos santificados. Cosme y Damián ahora. Y la calle San Huesa, que sería el santo de la fosa, ¿lo es? Más la Plaza de la Cruz. La que lleva encima cada cual, como lleva cada cual a su dios. Y su olvido, con todos los sitios que olvido, incluido el sitio, el asedio, el cerco.

3 comentarios:

  1. Te lo digo por...una vez más; Gracias porque me llevas de la mano por caminos exóticos a velocidad de vértigo, pero disfrutando del paisaje.
    Gracias por todo, Miguel.

    Un beso muy grande, Ángeles

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  2. Gracias, Daniel, se nota que llevas una Harley :)

    Miguel, vamos "a toda máquina", tendrás noticias.
    Besos

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