martes, 25 de enero de 2011

Don Jaime

A Cata;
a Marta, aunque sea un poco

La muerte cabrona se amontona. La muerte puta se junta. No repuesto de la pérdida de Lynda, viene hoy la noticia de que nos hemos quedado sin don Jaime, que en el fondo llevaba años muriéndose en la Islandia almeriense de su feliz adopción.
         Sobre «the Grim Reaper» seguro que Jorge Manrique tiene una traducción, original e infinitamente mejor que «la muerte puta». Y sobre Manrique mucho sabía  don Jaime, no sólo por su padre.

En los años noventa, a primeros, o lo acompañaba la madre de mis hijos mayores al edificio de Juan Bravo (si viajaba antes de las nueve), o lo acompañaba yo, porque detestaba viajar solo en metro, de Latina a Núñez de Balboa. Luego nos invitaba, por la tarde, a tomar un gintónic (y don Francisco Rico, que fue su amigo, este verano me prometió que introduciría esta voz en el DRAE, fumando o sin fumar) en su casa heredada de la calle don Pedro, que parecía sólo por el nombre (qué techos, qué salones, aun siendo planta baja) un homenajón a su padre, que fue dueño de esa casa antes de tener que marcharse a las Américas. «Qué alegría… vivir sintiéndose vivido. Rendirse / a la gran certidumbre, oscuramente, / de que otro ser, fuera de mí, muy lejos, / me está viviendo. / Que cuando los espejos, los espías, / azogues, almas cortas, aseguran / que estoy aquí, yo, inmóvil, con los ojos cerrados y los labios, / negándome al amor / de la luz, de la flor y de los nombres, / la verdad trasvisible es que camino sin mis pasos, con otros, / allá lejos, y allí / estoy besando flores, luces, hablo.»
Es tópico citar La voz a ti debida, vida, lo sé, hablando ahora de don Jaime. Pero es el poemario de amor más bello que conozco, el que dedicó su padre a su madre. (Lo tenía mi ex entre sus pocos libros.)
En Argel nació, en Islandia se nos muere el gran caballero de la edición. En metro, Marta lo podrá decir mejor que yo, que fue más veces con él de Latina a Núñez de Balboa, era un hombre de a pie. O sea, un gran caballero de la edición. En su casa, gintónic en mano, era un caballero como una catedral. Afable. Llano.
Aquellos últimos años de ejercicio profesional suyo, después de Seix y Alfaguarra (he puesto dos erres, ya lo sé), a los jóvenes y las jóvenes que íbamos con él en metro, también a la vuelta al barrio, mitologías aparte, nos sirvieron de mucho más de lo que ninguna palabra mía podría expresar.
Dediqué, a su autobiografía manca, Travesías, dos o tres trujamanes. Llegué a inventarme una cita de Boswell para explicar una locución suya que mi hermano Juan utilizó mucho, aquella sobre el río y el puente y la hora de cruzarlos.
Nos faltaba islandesamente, pero allí estaba don Jaime. Not anymore. Y en cambio sigue siempre viajando conmigo en la línea verde. De Latina a Núñez de Balboa.

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