viernes, 21 de enero de 2011

Ventear, aventar. Avenir.

Me levanto de la cama: es un gesto inconsciente. No lo es tanto ponerme unos calcetines, porque hace un frío que cuaja, y el lucero del alba (¿o sigue siendo Venus, si desde donde yace ve cómo Venus nace?) plantado en medio del balcón y bien anaranjado. Con un buen té entro en calor ahora que se está acabando, como mi mal me. Los gitanitos del barrio arrancan sus furgonas. Pensamientos telegramáticos, lenguaje bloguero, no sé yo si te o me. Ahora que los perros callan, denuncia previamente interpuesta, ladran los gallos otra vez. Será que ventean la muerte. Ventear es todo lo contrario de aventar, verbo descubierto de adolescente en Miguel Hernández, antología de Taurus que fue de la tía Concha (¿la conservo aún, con el retrato a tinta del poeta que hizo Buero Vallejo en cubierta, encarcelados los dos en Alicante?). Creo que no. Decía, en «Vientos del pueblo», «me esparcen el corazón y me avientan la garganta».
Más o menos a la misma hora en que moría mi amiga L. la semana pasada, estando yo en Nerja sufría una especie de espasmo intercostal que no se me ha pasado, pero que me parece que remite. 48 horas más tarde, en medio de la humedad del suelo de una bajera de la calle Gaztambide, en Pamplona, a la vez que un transportista se llevaba una treintena de cajas de mi ya descarajada biblioteca, mi ex encontraba ―y no es azar― una carta de mi amiga L., de la que voy a reproducir ―a traducir― un párrafo. Mi ex me copia la carta en un archivo tif que tarda un año en abrirse, y aún no amanece. Me dice: «Supongo que esto es tremendamente emocionante. A mí me ha dejado completamente impactada. Con el movimiento de cosas, cajas, ropas, bolsos y demás ha quedado en el suelo, cerca de la humedad, y el sexto sentido me ha hecho mirar qué era, ya que estábamos con la cabeza en tirar todo lo que pudiésemos. Me he quedado paralizada. He guardado la carta en tu estantería como quien guarda un tesoro que no puede decirle a nadie que ha encontrado. En un principio no te lo iba a decir tan pronto, pero he pensado que es una cosa tuya y mi voluntad no manda. Es su magia, y su luz la que se ha hecho presente, y te pertenece, la que Ella te da, la que está en ti. Disfrútala, Miguel. Todo esto te digo, sin saber lo que dice». (Porque la carta de L. viene en inglés, y mi ex pues no.) Añade que «te la guardo entre tus mejores libros, entre tus tesoros».
Si hay alguien más lista que el hambre, ésa es mi ex. Que además es guapa que no veas. Aunque haya que corregirle las tildes.
En esta madrugada no la voy a volver a leer. Pero sí quiero reproducir, digo traducir, para mi ex, el penúltimo párrafo. Dice L.:

Espero de veras que tu conferencia en Granada salga adelante para que puedas venir a vernos. Y también espero que la afluencia de los trabajos de traducción se mantenga. Repasando tu carta, veo que me dices que Samuel se ha hecho mayor y está bien majo, aunque un poco exigente, cosa que atribuyes a que es hijo único, aunque yo te diría que ser exigente es sinónimo de ser niño, sobre todo en momentos muy concretos de la infancia. Recuerdo un momento en que a mis hijos, a mi hija E. en particular, no le hacía ninguna gracia que yo hablase con otras personas y me exigía toda mi atención. He visto que esto sucede en otras familias y me ha llamado la atención este comportamiento, que seguramente indica un momento de inseguridad (y, por tanto, de sensibilidad especial) en relación con la identidad del niño, siendo sus padres una especie de depósito de la energía que el niño proyecta. Tú, pese a ser padre, estás dando a otros lo que el niño necesita desesperadamente para sí y para consolidar el sentido que de sí tiene. A fin de cuentas, seguramente eso es lo que significa toda la exigencia.

Si ella ―mi ex― se anonada, yo me quedo ojoplático. Oséase, atónito, Cuánta razón, cuán sabias las palabra de L. Y qué inmensa la amabilidad de mi ex. Inmensa como su sabiduría y su belleza. Lo de menos son las tildes.
         La carta de L. no tiene fecha, pero la cifro en 2006, más o menos. La conocí en 2003 y se nos acaba de morir. Venteando el aire del amanecer con el té en las manos y el lucero del alba enfrente, aunque sea Venus, y aventando mi pena, pienso en el avenir, léase, en el futuro, que será largo, ya lo decía el filósofo marxista asesino. Ojeo la prensa, veo la autoconmemoración de Babelia, merecida, y me acuerdo de cuando Babelia aún no era Babelia, y era el suplemento de Letras y artes, o al revés, o Artes y pensamiento, no me acuerdo, con nostalgia me acuerdo.  Y vaya si cantan los gallos, más que ladraban los perros. Me acuerdo de Conte, un padrazo. Veo el retrato de grupo ―hilarante― que se cascan los editores al señalar cada cual su momento señero de estos 20 años. Veo los retratos individuales que hace cada uno de sí y ya no me río tanto.
         Y como ya me he alargado más de la cuenta, cierro el chiringuito. La semana que viene no habrá entrega, que me voy a Madrid con el frío, a ver a los editores amigos y a mi hija. Ahora voy a ver si los dedos me siguen la velocidad del pensamiento. Voy a ver. Si.

PS:  Aquí, el obituario escrito a medias con Lucas Martín: http://www.elpais.com/articulo/Necrologicas/Lynda/Nicholson-Price/musa/poeta/traductora/elpepinec/20110123elpepinec_1/Tes

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