lunes, 11 de octubre de 2010

And then, the rain

Aquí, si llueve, llueve de frente. De mar. Contra una lluvia aguacerada y un viendo recio no hay remedios. Menos si no te cogen las llamadas y no llamará nadie. Y ulula el viento y golpea el agua la ventana de tal manera que ni con cerramientos pastillas anteojeras tapones en los oídos fe amarilla desesperación rayada va uno a dormir, lo cual no es nuevo. Y el agua se acristala con una fuerza que ya quisiera en el Norte.
         Lo bueno: a todo gallo calla la lluvia.

El día siguiente amanece radiante. No sé si excepcional, porque normas desconozco. Me enchufo a Dylan directamente al cerebro; me parece que esta entrada no llevará ilustraciones, aunque la música que he oído sea la mejor ilustración. Por ejemplo, «Million Miles»: 

You took a part of me that I really miss
I keep asking myself how long it can go on like this
You told yourself a lie, that’s all right mama 

I told myself one too
I’m trying to get closer 

but I’m still a million miles from you

He cambiado de pueblo para el paseo cotidiano a la orilla del mar. ¿Me gusta más éste, en el que estuve a punto de vivir? ¿Me gustan más las nubes que se forman en un azul que deslumbra, aire y agua amontonándose en el aire, sobre el agua? «Cold Irons Bound»:

I’m beginning to hear voices and there’s no one around
Well, I’m all used up and the fields have turned brown
 I went to church on Sunday and she passed by
 My love for her is taking such a long time to die
 I’m waist deep, waist deep in the mist
 It’s almost like, almost like I don’t exist


¿Me gusta más la profundidad del azul intocable y el turquesa de la orilla? Será que rola despacio el viento sin que se aborreguen las olas, que sí cabrillean, alborotadas las palmeras. Me acuerdo ahora de unos versos de Jorge Guillén: «Despierto y como no estás / no me suena el mundo a mundo: / nunca a solas hay compás». Cuánta razón tuvo y qué bien lo desmintió Dylan cuando canta: «I’m sick of love but I’m in the thick of it / This kind of love I’m so sick of it». Y harto está del amor en el que está metido hasta el pescuezo.
Será que me desplazo despacio por etapas cortas para acercarme al aeropuerto a recoger a mi hija. Será que lo miro todo con otros ojos prestados. Será que las noticias del mundo exterior me expanden el ánimo: una amiga y lectora extrañada de este blog me dice textualmente que «no te dije que leí con fruición mecida por las olas de Menorca ¡Absalón Absalón! Agradecí infinitamente tu existencia. He conseguido entusiasmar a algún amigo con este Faulkner e incluso con Juan Benet (cuando lo lean me querrán matar)».
Veo por ejemplo que la felicidad doméstica es el vuelo de una falda en torno a la cual corretea un chiquillo. El tercero ahí no pinta nada. Paga y calla y acaso mira, pero mirar un espectáculo en el que no queda ni rastro de uno es como mirar la sombra que proyecta el bolígrafo en esta hoja ahora mismo, una sombra que apunta a las 8, mientras  van quedando las palabras con fortuna peor o mejor en su sitio.
Oigo esa broma infinita que es «Highlands», y me sonrío en la parte del largo diálogo con la camarera de un restaurante de Boston. Podría estar ocurriendo aquí porque está ocurriendo aquí. Como en la canción, que forma un círculo interminable, todo ―letra, instrumentación, arreglos― entra con una lentitud pasmosa y una exactitud que asusta. Pero podría ser que todo se deba a que la escucho sin que mi corazón esté en las Tierras Altas, sólo como barrera de necesaria protección contra los ruidos del esparcimiento humano que me rodean en un festivo en el que la cuota poblacional del Sur ha aumentado bastante, y para verlo no me hace falta conocer la norma, sino tener ojos en la cara. Dylan me aísla de todo eso. Es lo mismo que me pasa ahora que empiezo a leer sin gafas, con una short-span vision más que aceptable, quién iba a decirlo después de toda una vida tras los cristales. Lo que pasa alrededor, a más de metro y medio, no pasa. Por ejemplo, las mujeres rumbosas que pasan de largo, o los padres ciclistas que llevan de paseo a sus hijos pegándoselos literalmente al culo.
Entre canción y canción, las obviedades de turno dichas al teléfono por gente que habla a gritos. Comprendo que sin el encierro de la música no podría haberme quedado aquí ni un instante. «Huck’s Tune»:

You're as fine as wine, I ain't handing you no line
I'm gonna have to put you down for a while

(Verificando la letra, porque ese «fine as wine» suena tan bueno que podría no ser verdad, encuentro un sitio donde  alguien ha colgado un vídeo con la letra subtitulada en castellano:  http://www.metacafe.com/watch/1291079/hucks_tune_bob_dylan_song_tribute_clip/ Y encuentro otra web para dylanófilos españoles que no está de más: www.desolationpost.com.)

Y así hago última escala en un pueblito al que he venido muchas veces y me pregunto por qué nos gustó tanto ese pueblo y esa casa que no valen nada, en la calle del Ancla, donde sigue habiendo una cerca rosada sin revocar desde entonces, y entiendo que fue porque nos gustábamos. Lo descubrimos porque nos descubríamos. Y lo engendramos. Son las cosas que una madre podría contar a sus hijos. En San José, carpintero y mártir de la felicidad doméstica, puedo contar yo al mundo lo que quiera. O citar a Kierkegaard, que en Y/o, hablando el lenguaje y de la música, dice así: «El lenguaje implica reflexión, y no puede por tanto expresar lo inmediato. La reflexión destruye lo inmediato, y por tanto es imposible expresar lo musical por medio del lenguaje».



De pronto no queda más que este viento idiota, y sólo este viento idiota es el mismo, el mismo idiota que pinta una hoja mientras miro como un idiota soplar el viento que no arremolina faldas, sino que arremolina las hojas del cuaderno mientras miro soplar el viento con el bolígrafo desencapuchado y la hoja agitada. El viento pinta entonces un eolograma, lo pinta con el temor o el temblor del caballero kierkegaardiano de la resignación infinita:



Por el camino del aeropuerto encuentro la misma parcela en la que hace años se amontonaban las atracciones de feria de los feriantes en desuso. Este señor, fotografiado por mi mujer hace años, ha envejecido bien. Y al lado alguien le ha salido rana.


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