domingo, 31 de octubre de 2010

All Souls

Cambia la hora y cambia el tiempo y es el viento el que toca la armónica en las grúas, las campanas de extracción y los tendederos, a la hora en que cambia la hora y cambia el tiempo y es el viento.
         Sólo es una hora. Luego amanece distinto y todo es igual. Noticias confusas del norte del mundo, del enfermo de Asturias y de los sanos de Cantabria ―tan cabrona, más que cantabrona― y de una Pamplona callada y de un Vermont embriagado de enfermedades. Enfermedad sureña sin cambios. Todavía queda un ruido que no sé qué es. Enfados varios que no valen la pena, tanto fracasar mejor para cobrar peor, por noticias nimias. Descubro en la puerta del súper ―he entrado a ver un rato de fútbol con la compra recién hecha― un bar tan anti-madridista como yo, y eso que el Madrid lo borda sin hilo. Luego, el Barça ―la pescatera del súper es tan del Barça que lleva un reloj tamaño televisión con el escudo del Barça― hace lo propio, aunque este año ser del Barça, ya lo decía ella, va a estar caro. Me emplaza en el mismo bar para ver el Barça-Madrid próximamente electoral, y viendo el rojo encendido con que se ha teñido el pelo ―«y espérate, que a lo mejor me pongo una mecha azul»―, sea en domingo o sea en lunes creo que no fallaré.
         Sopla el viento en la armónica de las grúas. Sopla un viento cardado. El día que te cuente de dónde viene a lo mejor lo entiendes todo, me susurra alguien al oído. Y es verdad que ha amanecido distinto, ha amanecido sin colores, con el viento de frente en sepia.
         Mientras, con un viento que ya quisiera la bolsa bailona de la basura en American Beauty, empieza mi particular semana de luto sin que termine la del dolor. No hay semana que termine sin que empiece otra, la redondura es así. Es lo que tienen los domingos antes de festivo. El día de los muertos, esa Hallowed Ween que tan sin sentido se celebra, que nada tiene de sagrado, hallowed, y que no es pequeña, ween. Entra rodando por la calle un espinarcardo, dos, del tamaño de un coche pequeño, y eso que no andamos del todo pegados al desierto, sino a la espalda, y en alto, y mirando al mar. Ya lo dice la vecina, que no es la vecina del flamenco, sino la del culo prieto: es que el aire… Y sale disparada como si no me hubiera visto. Va a ser eso: que me he venido a donde da la vuelta el aire, y eso que mi ex cuñada y mi ex a secas, tan navegantes ellas, lamentaban la confusión de viento por aire, que a mí siempre me ha gustado, porque es natural si el viento es aire en movimiento.
Parece poco probable que aquí se asiente la niebla de la que hablaba Auden: «Nuestra tierra es un lugar triste, / pero esta tregua especial, / tan sosegada y sin embargo tan festiva, / gracias, gracias, gracias, niebla». Aquí las gracias hay que dárselas al viento que abrillanta horas y desempaña amaneceres, por más que la cabeza tenga un sueño que el cuerpo no tiene, por más que tenga el cuerpo unas ganas de dormir que la cabeza ni a tiros.
Primero de noviembre. Tenía previsto ir a la playa de los Muertos, a cada cual sus tradiciones, pero iré a traducir otro poco de Beckett a casa de Jose, queden para mañana los muertos, seamos vivos, soñemos, despertemos. «Cada noche, los cristianos, / con los ojos muy abiertos / velan por no despertar / en el reino de los muertos.» Ya lo decía Juan Perro cantando la leyenda del Joraique por las sierras de Almería. En Sierra Cabrera hoy se agarra con dedos muy finos un amago de nube que seguramente será niebla por la parte de Sopalmo. Lo bueno de esta tierra está en desconocer sus vicios, sus muertos, sus vivos.
Pero la leyenda del Joraique sigue así, aunque así no termine:

El Joraique allá en Tetuán 
armó su negra goleta; 
ya llegó al Cabo de Gata 
ya no duerme un alma quieta.

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