domingo, 28 de noviembre de 2010

All the rest is silence

Acabo de descubrir que este blog tiene fecha de finiquitud. Será el 17 de mayo del año que viene cuando termine, si es que llego y el aliento alcanza. El 17 de mayo de este año 10, que con sus dos ceros era una bicicleta, y luego mira tú  Contador, me pasaron dos cosas: una, que una persona que me quiere creyó verme donde yo no estaba, luego no era yo a quien ella vio. Dos, que una persona que no me puede querer, porque el verbo querer no está entre los que conjuga, rompió unilateralmente relaciones conmigo. El avistamiento en falso de la una y el mandarte a donde se descosen a las gallinas de la otra fueron simultáneos, fueron de sobremesa. Una mandaba sms a mansalva, la otra se mataba a pacharanes delante de mí, pagando yo el insulto. De la ilusión espejística de la primera no diré nada: quiso verme donde no estaba, y no estaba muy lejos. Y luego nos vimos maravillosamente. Del rechazo de la otra no diré nada: fue el torbellino anímico más patético, sensu stricto, que he presenciado en mi vida, y por patético entiendo ante todo la empatía que tuve, y él ni siquiera soñó, ni olió, de apacharanado que iba estando a cada minuto. Después, la persona que me echó de su vida para siempre ―sus razones no tiene, pero no le faltan razones: son suyas― pasó por las horcas caudinas de excusar mi falta de asistencia a una celebración familiar aduciendo «motivos de trabajo» el 4 de septiembre pasado. Mentira, piadosa y sobre todo falsa de toda falsedad. Mentira, vaya. Y que encima le tocase a él. ¿No pudo decir otro esa mentira, tuvo que ser él y notar en la lengua el sabor a falso? Yo no estuve allí aquella vez porque él no me quiso en su vida. No fue el único. Y cuando a uno le dicen lárgate, se larga al desierto tan campante, gorra roja, barba crecida, Paris (Texas), en busca ni siquiera se sabe bien de qué, de las alas, del deseo, de los ángeles, del cielo, de Berlín, hasta el fin del mundo. Antes que él, me habían echado  de sus vidas ―pero no a patadas: con buenos modos― otras dos personas. A los tres ―que son cuatro: mi madre también, pero esto no lo sé seguro, me lo han dicho personas interpuestas― les honra el gesto caritativo, la amabilidad del "desaparece". Hablo de mi hermano, de mi hijo, de mi mujer, de mi madre, y hablo en plata, así lo digo, nadie se llame a engaño. Ahora que pongo fecha de caducidad con seis meses de antelación a este blog que ninguno de los tres sigue, la cuarta sí, conste que nada echo en cara a ninguno: ni el gesto hipócrita de excusar mi asistencia aduciendo falsos factores, ni el perenne silencio administrativo del otro, el que sale en los camiones que adelanto y por poco no me como, ni el cansancio mortal de quien más feliz me ha hecho hasta que no pudo más y me dejó mudo, ni el cariño agotado de la otra. Culpa no tienen, que en eso la exclusiva la tengo yo. Yo sólo acarreo las consecuencias de mi mal hacer, de mi mal nacer. Y este post se lo dedico a la tía Concha, que de mi culpa algo sabe, a la que desagrada que llamemos tía, por más que lo sea, y carnal, pero mía no. All the rest…

is silence

Hoy que cambia el mapa de este país, y hoy que más de la mitad de Cataluña ―según se mira al mar, a la izquierda, muy lejos― tendría que votar izquierda si izquierda tuviera, hoy que una Cataluña amansada vota derecha por encima de la media y vota nacionalismo manso, es día malo para decir todo esto. Estando el mundo como está, que gane la derecha con piel de cordero, derecha lobuna donde las haya, nacionalismo imbécil además, sólo quiere decir una cosa: la televisión nos ha imbecilizado. Eso lo firmarían Karl Marx y Juan Goytisolo, que son más listos y más de izquierdas que yo. Mientras, deja de llover en el desierto. Y yo, ver el desierto pues lo veo. Clarinete.

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