domingo, 21 de noviembre de 2010

Regresado por la voz pasiva

Hoy toca doble dosis. Un Lp conceptual, de los de un solo tema por cara. Pero más bien será un single, que es lo que uno es.

Cara A
Para quien pasa muchas horas solo, la compañía es el mayor de los lujos, y por tanto un peligro necesario. La literatura es una necesidad: hagamos nuestras necesidades.
Me invitan a montar un taller de traducción en Málaga, me apoyo en un Beckett antiguo, de hace diez años, koljosizado, y me encuentro con una respuesta entre el alumnado como para quitarse la boina que no llevo a tornillo. Bien ha valido la pena, incluido el conocer a la clase profesoral y sus vicios. ¡Los profesores hablan de los alumnos en sus ratos libres! Para mí, el contacto con otra realidad lejos de la soledad del corredor de fondo no puede ser más gratificante. Mañana volveré a pasear solo por la playa, hoy no. Una vez más corroboro que los alumnos enseñan, y que el estímulo que representan no puede ser mejor. Algunos llegan en cuestión de pocas horas a soluciones que a mí me han costado semanas y un momento de iluminación. Al mismo tiempo, grata ocasión de cultivar la amistad: Vicente Fernández, Juan José Zaro, Salvador Peña (con el cual tenía ganas de pasar un rato así desde hace una eternidad, y vaya si cunde). Se vienen a cenar conmigo (o más bien se avienen a invitarme) y nos contamos las mil y una. Menudean las aventuras del intérprete, que de momento no he de contar, aunque contienen cuentos ejemplares. Se comentan los métodos: que si el Trados, o la memoria de traducción, o la traducción asistida, que no sé yo si es conveniente para quien como yo desarrolla por sus propios métodos de artesano una velocidad de crucero alta y clara. Hablamos de la ética de la traducción, y de la estétitca. La poética es otra cosa. Hablamos de las propuestas abortadas por la vida misma y sus vericuetos. De las estacadas en las que todos nos hemos quedado. Metemos la pata (yo el que más, con un golpe homófobo y ponderado, pero que puede desagradar más de la cuenta) y rectificamos. Lo mejor de los catedráticos es que a partir de cierta pieza de shashimi no sientan cátedra. Lo peor de uno mismo es que tiende a sentar sus reales cuando debería seguir de pie, que es como ha de estar quien no tiene donde caerse muerto. Si ahora me venciese la tentativa de agotar un lugar común, por fuer de ser tan puramente enumerativo como Perec, carecería de su magia, así que habré de conformarme con la memoria de la amistad y la certeza de que no estamos solos, au contraire: estamos, si se sabe hacer, en la mejor de las compañías posibles. Con tres profesores de la Universidad de Málaga. A la vuelta, con dos amigos en Nerja, aunque sólo sean dos horas, la felicidad de compartir tiempo y experiencias, aunque sean dos horas, a mí me humaniza y me exime de culpas. Durante todo el tiempo, con mi hermano Carlos ―yo no tengo un hermano que se llame Carlos, pero Carlos es mi hermano― y su familia, he experimentado lo mismo. Que somos solos pero solos no estamos. Me ha parecido oír, echando gasolina, que llueve en Pamplona. Con fuerza. Es decir, que nieva sobre Irlanda. Aquí no. Aquí si te despistas se te come la luna crudo.


Cara B
Malinconia dominical que empieza en sábado tarde. Ando enmimismado, o entutistado, e incluso en-sushi-asustado. Ensimismado no ando. O sea, que ando ausente, un poco fuera de mí. Y tirando a triste. En este caso, esto quiere decir que ando demasiado dentro. Y de golpe el insomnio al menos productivo: páginas de pasatiempos de una traducción que tengo entre manos sólo por pagar facturas y que en una noche salen como churros, los pasatiempos y las páginas, aunque luego ya veremos si. De tanto haberme acordado de cuanto quise acordarme me creí curado de recuerdos y espantos, y ahora me acuerdo de todo lo que no quiero más si cabe acordarme, y sobre todo a deshoras, y me duele casi todo: el paisaje, la espalda, la pleura un poco, creo, aunque yo pleura ya no tengo, ni domicilio fijo, ni paisaje propio, ni estado de ánimo propiamente dicho, siendo el estado de ánimo un paisaje, frase que atribuí una vez a Leopardi, cuando todo el mundo sabe que es de D’Amicis. O de un tercero. Acordarse no quiere decir que haya acuerdo. Pienso por ejemplo desde el sur llegando al desierto, con vendaval y mar picada, en la falta de libros que ni siquiera podría pedir que me enviasen, por no haber apenas garantías de que los encontrasen, ni de que los quisieran buscar, y más bien muchas ―garantías, digo― de que al cuerno me mandaran con semejantes requisitorias. Forma parte de la almoravidificación en que ando inmerso. Almorávide: no es mala identidad para un invierno de paso, ahora que voy cayendo en que mi andalucización sólo tiene por referente las diversas partes del reino de Granada. Que son tres, y bien distintas. Nunca estuve en Sevilla, y creo que no estaré, por más que mi amigo de Nerja se ponga muy serio cuando me aconseja ir. Mientras, la biblioteca del norte está en Pekín y la gran muralla china pasa por algún tramo del tercio sur peninsular. No echar de menos nada formaba parte del plan ahora que sin querer se echa de menos mucho más que todo. Pero será algo pasajero. Acaso todo empiece algún día de la semana pasada cuando en Málaga, de paseo, de golpe desorientación grave en pleno centro de una Málaga invernal, es un decir, y triste, es un hecho; me encuentro la misma falda debidamente desigual envolviendo otros muslos iguales aunque su dueña sea distinta y el mundo muy otro y yo prácticamente el mismo botarate y ni siquiera sea el único que sobrevive al desengaño. Por el camino de vuelta, despacio, Ben Harper: «More Than Gold», o «Just Another Lonely Day». Ben Harper dice, y yo lo sabía, que «It wouldn’t have mattered, anyway». Lo dice mientras a 135 kms./h me gana la prisa por volver y recluirme aunque sólo sean dos días en el rincón en que me habito, antes de una visita relámpago a Madrid, para ver a mi hija con un buen pretexto, y de esa visita ya se hablará si es preciso con otro paisaje del alma, desde luego más almorávide que éste de almorávide sólo neófito.

2 comentarios:

  1. Fuimos los alumnos los que nos quitamos el sombrero ante ti...
    Y he de confesar que, teniendo delante un par de páginas traducidas, fue relativamente "fácil" adentrarse en la mecánica del poema e intentar traducir el resto.
    ;-)

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  2. Yo no sé cómo funciona la clase profesoral profesional, pero te aseguro que, en mi caso, cuando teóricamente enseño y en la práctica seguramente algo enseño soy yo el que aprende. La «adivinanza» que puse con el arranque de Ill Seen Ill Said, ese «From where she lies, she sees Venus rise», y que alguno de vosotros clavó de manera inmejorable en cuestión de una hora, al tiempo que me estaba escuchando perorar sobre Beckett y otras hierbas, vino a demostrarme que lo imposible no lo es. Es decir, que Robert Frost metió la pata, como trato de demostrar en la entrada de hoy, tomada de El trujamán.
    Te agradezco una enormidad el comentario por lo que vale, como te agradezco la atención prestada. No sé yo si esto de los talleres va a terminar por generarme ansiedad e incluso adicción, porque fue muy gratificante.

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