jueves, 25 de noviembre de 2010

Travelling Light

Desde que con 17 o 19 años conocí la canción de J. J. Cale así titulada, mucho antes de soñar que iba a traducir nada ―yo empecé siendo un mal traductor cuando estudiaba latín―, creo que entendí con bastante precisión ―o con un grado de error despreciable― qué quiere decir la pérdida no ya en la traducción, sino en la vida misma. Una cosa es la luz de viaje, otra es viajar ligero, y ambas en inglés son la misma cosa.
Además, según salgo temprano me encuentro con tres trozos enanos de arcoiris aleatorios, fluorescentes, muy de mañana, antes de llegar a Murcia. Poco que ver con los majestuosos arcoiris del norte. A lo largo de la mañana aumentan las horas, se alargan y se acortan, y la latitud norte aumenta y disminuye la temperatura. Es el último viaje del año; de hecho, en diciembre seguramente no me moveré del pueblo, salvo si es para pasar parte de la Navidad navideña con Justo Navarro y compartir una lata de atún y unos buenos whiskeys. En Madrid, hablando de Justo Navarro, alguien me dirá: justo navarro eres tú. Y dejando a un lado el hallazgo traído por los pelos diré por enésima vez que no: que de navarro no tengo un pelo, y justo no soy. A mí me nacieron en Pamplomo, pero no olvidemos que mi bisabuelo era radiotelegrafista en La Roda primero y luego en Puentedeume. De La Roda son además los miguelitos.



Parecía que el desierto estaba lejísimos de todo, pero sólo está, de Madrid, un poco más lejos de lo que estaba antes. Por galante invitación de Pilar Álvarez resuelvo hacer un viaje relámpago y acudir con mi hija a la exposición de los «Jardines impresionistas», en el Thyssen. Me encuentro con Julio Grande, pero no consigo saludar a Pilar, que debe de estar abducida por los notables recién llegados de Giverny con la tierra del jardín pegada a las uñas. La ocasión es memorable: la presentación de las cartas de Monet que ha editado Turner y que hacen varios especialistas ―y son cartas que ha traducido Manuel Arranz, por lo que seguro que están bien: Manuel Arranz es una pieza crucial en mi periplo a pesar de que no nos conocemos en persona― es estupenda por lo clara, lo atinada, lo sucinta. Luego, como tantas veces, la exposición del Thyssen pecará de sucinta en exceso y me decepcionará: ¿cómo no están los Nenúfares que vi un tarde heladora, con mal humor, con mi antigua familia política, en París? ¿Hay jardín más impresionista que esos óvalos?
Paso a la ida por Humanejos, por Guatén, por el Jarama. Hay trozos muy verdes ya. No así en mi desierto, donde el verde es por fortunas mejores inconcebible. A la vuelta, me extravío, no sé bien por qué, supongo que porque a veces me paso de listo, acaso las más de las veces de un tiempo a esta parte. O porque iba cantando con Tom Waits a pleno pulmón, "Shore Leave". O acaso porque me tocaba tarde o después reeditar mi particular "Lost in La Mancha", que diría Terry Gilliam. Pero esa pérdida en el recorrido, unos 80 kilómetros de más, y si no voy atento acabo en Valencia, es en el fondo una ganancia: las autovías y las autopistas son como la televisión que no veo, y no se ve nada en ellas. Las carreteras comarcales por las que rectifico ―Iniesta, Villanueva de la Jara, Tarazona de la Mancha, Quintanar del Rey: los alrededores de las Hoces del Cabriel― son más bien como el teatro, o como la pintura de género que fui a ver a Madrid: se ve todo, todo llega. Frena uno la marcha sin darse cuenta de que se sumerge la Mancha profunda, maquinaria agrícola, pinares como los de la infancia, encinares impensables, extrañas geometrías rurales, vides. Vi. Vi sobre todo esos cielos.


Y me entero de que el Cervantes se da este año de matute, como todos los premios, no lo olvidemos, al margen de los méritos. Amatutada y cervantina, doña Ana tiene el dudoso gusto de decirle a la ministra del ramo que mentiría si le dijera que no se lo esperaba.
Pero debe de ser que el viaje ya ha empezado raro, porque toda la vida llevo buscando rótulos en la espalda y el lomo de los camiones, rótulos que obsequiar a los amigos, para encontrarme hoy con esto primero:



 y a los contados kilómetros con esto otro (que no se ve muy bien, pero lleva el nombre de mi hijo mayor en polaco, pero es que si me acerco un poco más me lo como, y no habría sido buena idea, ya devorará Saturno a los suyos):


El camión praguense de Kafka Transport, deduzco, tiene que ir cargado por ejemplo de cintas para máquinas de escribir que sólo unos pocos usan, pero que compran a toneladas. Y mientras disparo a ciegas la maquinilla de fotografiar, a ver si hay suerte y sale, dejo de oír a U2 (aunque sobre Rattle and Hum creo que debo decir algo pronto) y dejo de oír Hindu Love Gods, y desestimo a Miles y Coltrane, porque no son carreteros, sino de salón, y un poco infantiles, o será que yo voy para viejo, y vuelvo a Dylan, qué remedio, y oyendo Blonde on Blonde descubro que no es una, sino que son dos las canciones que contienen cifrado mi nombre en un mismo sintagma. Pensé que era en «Visions of Joanna» y en «Rainy Day Women 12 # 35», pero no: es, qué menos, en «Stuck Inside of Mobile with the Memphis Blues Again)»:

Well, Shakespeare, he’s in the alley
With his pointed shoes and his bells
Speaking to some French girl
Who says she knows me well
And I would send a message
To find out if she’s talked
But the post office has been stolen
And the mailbox is locked

El cuarto verso, claro: a mí en el mundo anglosajón me calzan una diéresis gratuita y oportuna en la u muda de mi nombre, (para qué van a poner los españoles una u muda, deben de pensar si piensan, y luego "si te ajombras, no te ajombres", que dicen por aquí octosilábicamente) y me convierto o concierto en «Me Well». Y habrá quien me conozca bien, desde luego. La otra es «Absolutely Sweet Marie», aunque aparezca encubierto por el encabalgamiento, y acaso sea más pertinente:

Well, I waited for you when I was half sick
Yes, I waited for you when you hated me
Well,
I waited for you inside of the frozen traffic
When you knew I had some other place to be
Now, where are you tonight, sweet Marie?

De la primera, traductivamente no hay nada que hacer más, porque lo que hizo Kiko Veneno, «Atascado por el blues de Memphis (sin poder salir)», es un prodigio. Pero de la segunda a lo mejor me estiro próximamente con una versión, que será en todo caso un homenaje a Salvador Peña. El otro día, en Málaga, supe que da clases de traducción con Dylan.
*
Era importante llegar de día, porque cae la noche y no veo ni las flechas pintadas en el asfalto. E iba por tanto persiguiendo el poniente con el sentido de la rotación de la tierra en contra, quiero decir en la misma dirección, pero a una velocidad terrestre inferior a la de la tierra. Aún tuve tiempo de comprobar que los montes que hay en Cieza demuestran que Murcia es china:



Y según pongo en limpio estas notas del viaje veloz, cuando más corría en pos del crepúsculo, recuerdo que en ese tramo sonaba "Thunder on the Mountain" y su natural continuación, "Spirit on the Water".





Y va y resulta que llego finalmente hecho puré, no siempre se puede llegar hecho un pincel, y, en efecto, es de noche. Que por los dedos se me escapaba el día de los dedos escurrido. Descargo de conciencia y de maletero. Se me ha quedado el espíritu fontanar. Me acuerdo de haber visto que las embarazadas leen guiones mientras espero a mi hija, que tarda, en el  Hotel de las Letras. Pero llega bellísima. y a su manera puntual y me encuentra con la lámpara delante de la cara leyendo Intoxicated by my Illness. Me acuerdo de haber pasado un rato gratificante con Ortuño, hablando de las descortesías de que somos objeto. A mansalva. Y conspirando un poco. Creo haber estado esta mañana en un gran almacén sueco comprando muebles para mi hija, y creo recordar que estaba en Las Suertes, pero puede haber sido un sueño, como todos los olvidos. Al volver a su casa a descargar ―maletero, no conciencia―, he visto una pintada que puede resumir bien el periplo:

«Nuestra venganza es ser felices»

Y el consejo va a ser, qué remedio, no abusar de la iconografía, y menos hacer fotos cuando uno circula como una apisonadora a más de ciento treinta kilómetros por hora. Si no, este blog corre el riesgo de ser el centón de un fotógrafo presuroso y más bien malo, y ya me jode, es lo que hay. Próximamente, además del regalo Dylan para Salvador, me hago la promesa de abstenerme de las imágenes, a ver si termino pintando yo un jardín en Giverny encontrado en medio de la Mancha, o en el desierto cercano.

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