domingo, 28 de noviembre de 2010

La notte

La noche es por definición aciaga cuando el sueño no viene. Lo espera uno paciente y longitudinal, prono, pero no hay caso. Por eso Juan de la Cruz se emparedaba al alba de pie y pasaba la mañana aterido mirando al infinito entre los olivares ordenados desde Iznalloz, a la vuelta de la esquina, Brenan descubrió el sitio exacto, y Teresa de Jesús se trajinaba ella sola en la noche oscura del alma sin necesidad de tocarse. Qué raro que ahora que andamos sobrevalorando escritoras nadie se acuerde de la escritora que mejor ha descrito un orgasmo, por sobrevalorada que esté. No así el orgasmo, véase a Bernini en el Vaticano.
No viene el sueño ni con fármacos. Algo habré hecho mal, pero echo de menos ahora mismo todo. A mí me echo de menos durmiendo en paz. Echo de menos la calma y estoy en calma. De menos echo la luz y la noche me abriga aun estando en camiseta. El silencio me envuelve del todo y no sé yo si echo de menos un poco de ruido. Y algo de furia. Y un cuento que cuente todo eso que es la vida, full of sound and fury and signifying nothing.
Una amiga distante me escribe en alemán, y je ne comprend rien. Monto el taburete de cartón alemán, de la marca Remember, regalo de Carlos y Juan, de Juan sobre todo. El personaje de Auster en Sunset Park, Miles Heller, hace desmesurados esfuerzos por vivir en el presente, pero es un tramposo donde los haya, yo leo un rato su peripecia, esta mañana, oyendo Living in the Past, de Jethro Tull, y por poco me parto por el eje del tiempo. But I do remember. Por la tarde sigo leyéndole más tranquilo.
Místico estáis, que diría aquella. No, es que no como. Pero he comido. Y además bien, y sin salir de casa.
Se avecina un stormy Monday. But Tuesday’s just as bad.
Me empastillo un poco más, a ver si el sueño tiene a bien. Lo estoy esperando mientras escribo. Escribo para poner un poco más de sal en las heridas saladas que llevo abiertas. Me llama mi hijo pequeño con un mensaje destructor, ¿qué quieres?, dice. Yo no quiero nada más que quererle. Y no he sabido, no he podido. Por esa incapacidad es por donde la grieta del sueño se resiste a abrirse
En vez de Auster, voy a probar con la Divina comedia en la traducción de Bartolomé Mitre, edición de Jacobo Peuser, Buenos Aires, 1897. Puede que ya sólo por el peso me venza el sueño. Puede que lo venza yo y la deje en el lado desocupado de la cama. Puede que esta noche no quiera venir el sueño, y que me canse yo de esperarlo, y luego de la noche el alba, y un lunes otra vez.

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