miércoles, 3 de noviembre de 2010

Lo imposible

Las rusas del bar de las rusas no hablan ruso entre sí. No son rusas, lo han sido. Se españolizan. La más andaluza, con todo su acentazo y con un culo insuperable, es lituana. La que a mí me gusta habla poco, con esos andares to die for. Es rusa, y su culo es normal, hablando en plata. Como su hermana ―la otra rusa―, la lituana, mismo culazo, acento parecido, anda  hablando español, y no está para morise. La otra rusa, la que me gusta y calla, sí es rusa. Se cuentan menúes de cenas que han probado el fin de semana, atún del norte con pimiento del piquillo, todo de lata, y se lo dicen como si fuera la bomba. Para bombas, las de aquí al lado, en Palomares, cuando ellas no eran ni de lejos rusas, ni lituanas, ni nada, y yo apenas era español por asomo. Hablan español con sus hijos, qué raro. Yo hablo español con mi hija y hablamos de Palomares, aunque a mí siempre me salga Palomeras.
Con mi cara de pez ―la alergia es lo que tiene; bien asesorado por mi cuñada farmacéutica de Miranda de Ebro, la hinchazón baja, y los fármacos caros hacen su trabajo―, miro a las rusas que hablan español y son algunas lituanas, «y por qué no», dice una de ellas. Es la rusa. Todo le parece natural, y acaso lo sea. Acaso el que no es natural sea yo.
Es raro, siendo natural. El lenguaje tiene una autonomía que está por encima de los afectos. Yo no podría hablar en inglés con ninguno de mis hijos. Oigo hablar inglés a alguno de mis amigos con sus hijos, pero afectivamente el lenguaje ―quiero decir, la lengua; es―…es autónomo, o autónoma, quise dcecir Yo no tengo otra lengua que ésta, por más que conozca la otra, y que las otras me interesen cada vez más. El ruso de la rusa, el lituano de las otras. Hartado me he de contarle cosas en inglés a mi ex, si luego resulta que llora. Además, mi ex cuando llama es un tengo que colgar, estoy esperando una llamada, una chica que me tiene que traer unos papeles, mi ex es un déjame.
Tampoco pude hacerme la foto de anteanoche a las 4:30, con ojos de besugo y labios de mero de más de un kilo y cara de pez abotargado,c on una alergia que repunta ahora. La médico que me vio entrar, que era rusa ―se llama Olegska―, ni siquiera siguió el trámite. Paqué, si era de libro. Pero la médico rusa no va al bar de las rusas. Está gordísima., como un queso sobado Vaya alergia que traes, dijo, y me chutó Urbason. Es lo que me recomienda hoy mi cuñada cuando le digo que la hinchazón del ojo izquierdo no mengua. La del derecho sí, la del labio superior también, después de dos chutes. Me pregunto si será todo culpa del tatuaje ―pero la pelirroja de mi brazo no es rusa, aunque en su brazo quede registrado en mi brazo casi todo, y casi tengamos en el brazo los mismos desarreglos― o del cambio de vida o del polen de alguna palmera de Vera, que es lo más probable, y tuerzo el ojo izquierdo. Si me llego a hacer esa foto en la que no me reconocía ni yo, ¿a quién se la enseño? Ni me había disfrazado ni era Andy Warhol empelucado. Sólo me había convertido en el hombre de la cara de pez. Y yo no sé nadar.
A las 4:30 sí decidí bajar al consultorio del pueblo con la cara hinchada y sin decir nada. Andando. De niño, con 15 años, tuve una alergia mal diagnosticada y peor curada. Es la culpable de que desayune té, me prohibieron la leche ―y por tanto el Cola-Cao, y el Nescafé de mis hermanos―, el pescado azul, los huevos, la aspirina. Es una alergia mal trazada que tal vez explique muchas cosas. La de ahora ―no diagnosticada, hinchada, sin curar, abultada, gorda como la médico― tal vez sólo sea indicio de que la aclimatación al medio, o manera de aclimatarse, creo que ya lo dije, quizás sólo sea una manera de llegar. A dónde. Aquí. El que no se aclimata se mata. La alergia es el rito de paso. Allergies, cantaba Paul Simon somewhere.
En Urgencias me encuentro con un cartel que, con la cara abotargada, me arranca una carcajada que a Olegska le asusta. O le asusta mi cara de pez, que no creo. Me encuentro en el cartel un aviso que lleva el título de un libro que creo que no publicaré, pero que quiero de manera especial por lo que contiene y por la forma en que lo cuento, los recuerdos en un año que ahora se cumple de los años vividos con el amor de mi vida.
La hinchazón facial baja. La piel sana. El alma de los muertos sigue en su sitio. El clima sigue siendo excelente, ni en el norte pensar quiero.
Revisar una traducción antigua en la que voy descubriendo que está escrita mi vida, La versión de Barney, a la vez que la digitalizo, es una experiencia que tengo que desaconsejar.  vivamente, y detesto decir obviedades. Como Barney, yo no maté a mi amigo. Mañana, si me encuentro menos gordo de cara, a lo mejor me afeito de una vez, que ya toca. Resulta que La versión de Barney, y yo no me enteré, contiene casi toda mi historia futuramente pasada. ¿Es por eso tan buena novela? Desde luego, si lo es, no es por mí.
Ya toca no hacer daño, ni ser, porque el título de Aramburu, No ser no duele, es de un egotismo tan idólatra, que a ver si lo traducimos bien de una vez: No ser no hiere.
Y entonces es la Jefferson Airplane, es la voz de Grace Slick. Come back the years. ¿Habrá alguien que me diga alguna vez «vuelve»? ¿Vuelve, salva los años, vuelve? ¿Podría yo?
Cae la noche y no hiere.


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