martes, 30 de noviembre de 2010

Family Matters, family matters

El radiotelegrafista de La Roda, al cual no conocí, tuvo un hijo que fue dentista en Betanzos. Este dentista, que en las fotos en las que tengo a su lado es igual a Gabriel Ferrater, tuvo varios hijos: un neurólogo, un diplomático que luego fue abogado de campanillas, un cirujano maxilofacial que además inventó el colgajo subcutáneo, una asistente social que hizo con los ciegos lo que no se puede ver, una profesora de historia, otros. El neurólogo tuvo bastantes hijos, en realidad los mismos que su padre: dos neurólogos distintos de él y entre sí, un arquitecto, un chico para todo y licenciado de relumbrón, un biólogo que resuelve marrones medioambientales, una farmacéutica mercantil, una profesora de lenguas, un traductor que nunca valió para nada. Uno de los neurólogos tuvo dos hijas que aún son pequeñas para ser nada, salvo inteligencia y sensibilidad puras; el arquitecto tuvo tres, pequeños los tres, y alguno herido por la genética puta; la profesora tuvo dos, las dos pequeñas y un poco demasiado americanas para mi gusto, pero mi gusto no cuenta; el chico para todo tuvo una solo, una pena, porque la que tuvo le salió muy bien. El traductor tuvo tres, ya no tan pequeños los mayores: uno que estudia ingeniería informática, otra que estudia periodismo, otro que sabe tocar el violín. Antes de acabar en Nanclares de la Oca o en Santoña, el traductor se refugió en Almería y se convirtió en un norteño ensureñado. No hablaba nunca con su hijo ingeniero, que no le cogía el telefóno; hablaba a diario con su hija aspirante a periodista, y le dolía todo el cuerpo cuando su hija tenía un herpes, y cuando había fútbol hablaba con su hijo pequeño, el que tocaba el violín y se parecía a Gabriel Ferrater tanto como su bisabuelo y tenía la suerte inmensa de vivir con su madre. y celebraba los goles de su equipo. Un neurólogo tenía mano de santo curando enfermos. La otra tenía manos de santa encontrando las causas por las que enfermaban los que curaba su hermano, y manos mágicas a la hora de amar. El arquitecto dejó de serlo, a la fuerza ahorcan, y fue el mejor padre que haya existido jamás, a la vez que era el marido de la farmacéutica y tan tranquilo. El biólogo era feliz siendo triste y siendo solo con sus novias y su gato. El traductor piensa que debería tener un gato, pero se los encuentra muertos por las calles de su pueblo, y mejor que no. El chico para todo cuidó de la hija del traductor como si fuera la suya a pesar de que detestaba a su padre, y eso que tenía una hija igualita que él, y le hizo sitio en su corazón a la hija de su hermano. El hijo del dentista de Betanzos se murió antes de morir, bastante había hecho. Y sin darse cuenta, ni proponérselo siquiera, nos enseñó a bien morir. Sus hermanos siempre lo han sido. Sus cuñadas, más.
         Sigo sin poder decir una sola palabra acerca de mi madre.
Y es que de niños nos caía con frecuencia una pregunta que ahora yo creo que ya no se hace: ¿tú de quién eres, de papá o de mamá? Mis hijos son todos de sus mamás respectivas, creo, pero yo, a estas alturas, no tengo el menor rebozo en decir que, al contrario que mis hermanos, bisnietos del radiotelegrafista de La Roda, y luego de Puentedeume, y al contrario que mis hijos, soy de papá. Mala suerte la mía, desde luego. Ni una palabra podré escribir sobre mi madre.


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