sábado, 27 de noviembre de 2010

No es poco


Amanece como si más bien atardeciera. Negros nubarrones en el horizonte horizontal, con lo que la luz de Levante llega desde un flexo de pocos vatios que está muchísimo más lejos que de costumbre, anaranjadamente pálida. El desorden de las nubes ―el desorden con que miro― me recuerda que acaso más bien sea que el mudo ceceo de la lengua del alba se aprieta contra el cielo, y no el de la boca, sino contra ese cielo alto. Ayer, por lo visto ―quiero decir oído―, torrenciales aguaceros en Málaga. Aquí, ayer, lluvia constante y la sensación de estar en una Almería que desconozco. Es la tercera vez que llueve desde que estoy aquí, es fácil contar las precipitaciones escasas. Pero de pronto el desierto del sur fue un lugar completamente nuevo, y no era amigo especialmente, no hubo rayo de sol en todo el día. Puede que en Sierra Cabrera haya empezado a pelechar el verde, lo veré la semana que viene.
Me acuerdo de que Conte, en su Robinson, o la imitación del libro, antepuso este epígrafe: «Este libro trata del tiempo que hace». Este blog trata del tiempo que me hace, que nos hace, nos deshace.
Ayer por la tarde resolví dedicar todo el tiempo antes de dormir a continuar la lectura de Sunset Park, de Auster, de la que ayer hablaba MRR en su Sillón, hablando de paso de los traductores, que es algo que hace anualmente, como Vicent su columna antitaurina. Un rito.
Sospecho que hablaré de esta novela a fondo dentro de poco, cuando acabe, empezando por la coincidencia rematadamente austeriana con que empieza, del amor desigual, de la paternidad, de lo que trata. De momento, la lectura ha adquirido una dimensión anómala: paso tanto tiempo solo, y callado, y he descubierto que debido a una inflamación del oído y de la lengua he perdido precisión en mi pronunciación en inglés, que decido leérmela en voz alta, acaso para no estar tan solo. Y sí, ceceo, y se me pega la lengua al cielo de la boca. Voy muy despacio, voy con la sensación clara de que leer debería ser exactamente esto, aunque si fuera en compañía (como diría Pedro, «An unscratchable itch. What an addition to company would that be?») sería real del todo, digo real, no diré monárquico. Mientras leía largo y tendido y despacio y con la lengua ―leía paladeando―, se entrometía en el texto un verso de Dylan: «Someone’s beating up a dead horse. She went with the man in the long black coat». No entiendo aún por qué, pero de pronto fue irresistible el deseo de leer sin mover la lengua un librito de J. W. Dunne, el autor de An Experiment with Time, más divulgativo, menos matemático, más para todos los públicos, menos abstruso, que se titula Nothing Dies.
El silencio ahora mismo no tiene una sola arista. Joaquín, Paqui y Miguel, los niños de al lado, duermen como soles que se levantan.
Nada muere. Amanece. No es poco.


1 comentario: